SEMBLANZA DE TRÁNSITO COCOMAROLA

Nació Mario del Tránsito Cocomarola en uno de los campos de su familia, en “El Albardón”, departamento de San Cosme el 15 de agosto de 1918. Su padre, un italiano nacido en la isla de Capri lo inició en la música desde los seis años aprendiendo en un acordeón de ocho bajos, lo que llaman una "verdulera", de 21 teclas. A los 13 años ya era músico profesional.

Acordeonista y bandoneonista, músico símbolo del litoral argentino, autor de bellísimas páginas del cancionero del noreste de nuestro país, fue llamado cariñosamente el “Taita del chamamé”. Comenzó grabando con Los Hijos del Chamamé, luego continuó con el Trío Cocomarola, tocando el bandoneón, con Leónidas López y Rafael Cantero en guitarras. Estudió música con Antonio Gianantonio, maestro correntino radicado en Buenos Aires. Prolífico compositor, don Tránsito registra oficialmente 178 composiciones musicales.
Su rasguido doble “Puente Pexoa” con letra de Armando Nelli Gregori, fue cantado, entre otros, hasta por Frank Sinatra. Otros clásicos de su gran producción son: “Kilómetro once”, “El kangüí” y “El Albardón”, chamamés con letras de Constante Aguer, “Mírame” con Santiago Adamini, “Bañado Norte” con Godoy,  “El sancosmeño” con Pedro De Ciervi; con Mendoza y Piedrabuena firmaron “Cacique Catán” (con quién lo unía una gran amistad), “Amor ardiente” con Antonio Niz, “Virgencita de Itatí” con Gregorio Molina, “La Colonia” y “Mi bien amada”, entre otros temas de mucha popularidad.

Muere en Corrientes, el 19 de septiembre de 1974. Por ley N° 3.278 de 1975, el gobierno de la provincia de Corrientes, instituyó este día como el “Día del Chamamé”, en homenaje al más destacado artista correntino.

Don Tránsito Cocomarola, oriundo y fiel representante de la música y cultura de la riquísima tierra litoraleña argentina, al fallecer tenía 56 años. Canciones, poemas, monumentos y calles lo recuerdan. Por voto popular el anfiteatro de la ciudad de Corrientes lleva su nombre. Póstumamente fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Corrientes. 

Por Juan Carlos Fiorillo