Nuestra primer portada

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Revista "Madre Tierra"

domingo, 10 de febrero de 2013


ESTÁ TRISTE LA COPLA,
MURIÓ MIGUEL ÁNGEL PÉREZ







En alguna noche de aquellas, de boliches y amanecidas, escuché una copla  en la boca del pueblo, que decía: “Una vez canté una copla/ y hoy me la vengo a olvidar/ ojalá que me la acuerde/ pa´l tiempo del carnaval”. Es de Perecito, me dijeron.
Y después, pude leer otras que tenían esa sabor a regionalidad, a grito calchaquí, a noroeste auténtico, a albahaca y harina, que hacía que pudiera conocer ese mundo de versos redonditos que en carnaval vuelve poetas a los changos de la comparsas con los que he compartido años de corsos en la Ibazeta, frente al Delmi.

Se va un cacique y viene otro,
sigue el corso en contramano,
disfrazao soy diablo pobre,
y sin disfraz…pobre diablo”

Qué cosa, mire, esta copla tiene el olor al vino que le alegraba los viernes de los asados. “Pero es en la copla donde el carnaval asienta y difunde sus principios. Es en la copla donde arguye y defiende sus razones y es también en la copla donde imprime su memoria”, decía.

Ya me estoy volviendo lento
Ya me estoy medio cansando
Y’ando mirando pal suelo
Quién sabe qué ando buscando.

Hoy debo recordar a Miguel Ángel Pérez, que se ha muerto. El poeta nacido en Yokavil, que ahora se llama Santa María en Catamarca, creció en el Cafayate serenatero, pasó por Jujuy y luego en Salta hizo posible junto a Castilla, Leguizamón, los Dávalos, Ríos, Perdiguero, Coll y otros, que la poesía tenga su lugar de privilegio en la cosmovisión de la copla viajera entroncada a las raíces de la cultura de estos pagos.

Las ramas han brotado
saliendo del invierno
y en el huerto pequeño
donde vive el ciruelo
otra vez estoy sólo
viendo pasar el cielo.

Julio Espinosa andaba entonces con su vidala y su sombra a cuestas, mientras Perecito era una larga angustia sobre la piel del amor en aquel barrio de los amores juveniles. Sus cartas a la casa asomaban con un todo dolorido: “No he olvidado nada/ desde el rincón aquel de penitencia,/ hasta esta misma tarde./ Con la maleta a cuestas cargada de mi vida,/ cierro la puerta y salgo./ No he olvidado nada”. Las bastardillas de este homenaje le pertenecen, maestro.  

Otra vez me encontró frente al correo, estaba contento porque Mercedes Sosa le había grabado “Zamba de la viuda”, porque él solía llenarse de alegría con las pequeñas atenciones de la vida, con bagualas y vidalas alimentaba su alma para dejar en letras el sonido cósmico del llanto de la tierra sobre las cuerdas arrimadas al canto genuino del pueblo.

La guitarra está llorando
quién sabe qué penas viejas.
La guitarra está llorando
y está nombrando tu ausencia.

Y sé de sus aventuras radiofónicas con sus ricas anécdotas y buena música en las noches donde los cantores dejaban sus mensajes en los paisajes cancioneros y la poesía se hacía un rezo por donde los oyentes solitarios en los vinos encontrábamos un refugio a la esperanza del querer. 

Madre, te he mentido de nuevo
cuando dije que todo marchaba bien,
que ganaba buen sueldo
y que aquí, lejos
me amaban mucho y estaba muy alegre.
Es mejor que lo sepas,
yo te he mentido, madre.

Usted, Perecito, ha caminado por la copla como nadie, y en el retobo de cada caja es que retumba su corazón de siesta y chirlera, en los pájaros de la memoria supo repartir la luz de su poesía con amigos y fundamental su participación en los ciclos con el Pato Jiménez y el Cuchi, la carpintería ardía los viernes y la parrilla se hacía canción entre los leños y sus sueños, mientras el acuyico le recordaba carpas y carnavales y aquel otoño de Manuel.

Es otoño Manuel aquí en el valle
y está la luz del aire
como tú la soñabas
lejana entre las viñas
padeciendo su hermosa doncellez
es otoño Manuel aquí en el valle.

Entre los sonidos profundos de los huancares donde se esconden los murmullos diableros, una zamba se llama “Santamariana” y la otra “Si llega a ser tucumana”, mientras que de amanecida algunos “ven en las sombras al fantasma de la viuda/ tiemblan caballo y jinete cuando se enanca la viuda/ es pedigueña de amores/ y si el hombre se le asusta/ le clava en el medio del pecho/ mismas que garras las uñas”.

Ahora que usted no está, cuando lo esperábamos en Santa María y Cosquín para homenajearlo como corresponde por su humildad y talento, sobre su sembrada poesía nos deja ese melancólico suspiro que de pura tristeza lo anda despidiendo nomás. Una copla lo acompaña, menos mal.
  
¿Dónde era que yo vivía?
¿Mi caballo dónde está?
¿Seré casado, soltero?
¡Qué me has hecho, carnaval!

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