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Revista "Madre Tierra"

sábado, 27 de enero de 2018

Séptima luna de Cosquín: Jorge Rojas y Soledad, en una noche de cálido temperamento

La Plaza estuvo repleta desde el comienzo, con Lucio Rojas, hasta el final, con su hermano Jorge, cuando ya eran casi las cinco. Soledad trajo sus flores a la medianoche.


Eran las cuatro y media de la mañana y la Plaza estaba repleta como al comienzo, con los ojos bien abiertos, a pura risa disfrutando del travieso contrapunto de coplas entre la salteña de la larga trenza y el decir picante, Mariana Carrizo, y el gran protagonista del final de la madrugada, Jorge Rojas.
Sí, la noche tenía ese delicioso temperamento cálido de las noches del enero coscoíno, sin frío ni lluvia, aunque con una legión de grillos acaso confundidos por los sonidos. La gente había colmado plateas, tribunas y algo más, desde el primer minuto de la luna del viernes, por tercera vez en lo que va del Festival: se había llenado el sábado, con Ariel Pintos, y el miércoles, con Los Tekis e Illapu.
La programación de ayer era contundente: dos Rojas tenía el camino, y en el medio, las flores de Soledad.

El primer Rojas, el Indio Lucio, había arrancado la noche con un tropel de chacareras marcadas por el modo rápido y sencillo de hacerlas que se tienen en el chaco salteño. Su figura cada vez más sólida en la recepción del público puso un claro acento regional en su repertorio. Con esa caudalosa voz que abunda en la familia (como que se apuntala también en su hermano Alfredo, que lo acompaña), Lucio ha pronunciado cada vez más la identidad de perfil y un mensaje folklórico propio.
El público aplaudió de pie en buena parte de su presentación, un gesto que se harían constante en la noche.
Por ejemplo, en el próximo capítulo, con el final de la presentación del Ballet Folklórico Nacional. Este abundante aplauso de la Plaza no era tan sencillo de pronosticar, pero llegó como corolario de una fascinante puesta de Juegos pampeanos y malambo, una de las recordadas creaciones de Santiago Ayala, El Chúcaro, creador del cuerpo de baile que vino a Cosquín a homenajearlo en el año del centenario de su nacimiento.
Antes, el Ballet había interpretado otra vez el himno del festival con voces invitadas para entonar la apertura: Silvia Barrios, Juan Iñaki y Oscar Rosales (bailarín del cuerpo). La consigna "bailar la paz" sobre la que gira el planteo coreográfico, como la larga cola del vestido de una bailarina que atraviesa flameando el escenario y el gran rojo poncho de la quietud final.
Para que la gente siguiera con el gusto de reconocer de pie, la Provincia de Santa Fe presentó una postal que tuvo como protagonistas a la entrañable formación de Los Trovadores, presentados como Los Originales: Carlos Pino, Eduardo Impillizeri, Gustavo Gentile y Eduardo Catena. Volver a saborear versiones de Puente PexoaEl Paraná en una zambaMalambo, con ese color de voces y esos queridos arreglos, fue un conmovedor viaje de medio siglo. La emoción del público más vivido se hizo eco en los corazones más jóvenes.
Entonces, también de Santa Fe, llegó A la par dúo (Elisabet Schmidhalter y Rodrigo Martínez), ganador del Pre Cosquín en la categoría dúo vocal. Con un poco de timidez y buen sentimiento, se sazonó una presentación suave con toques exquisitos en versiones como La jardinera, de Violeta Parra, o Los Grifiñafitos, de Henry Martínez.
Que el gran lleno de la plaza hubiera sido generado por la convocatorias de Soledad y Jorge Rojas, sobre todo, no impidió que el público le ofreciera silencio y aplausas a un momento de delicadeza y gracia. En Cosquín también hay oportunidad para lo mínimo sensible.
Llegó después Yoel Hernández, interesante cantautor de Chubut, con esa temática marcada por la convicción sureña de reclamar los ojos del resto de la patria. "No se olviden nunca que la Patagonia no es de los extranjeros; la Patagonia es nuestra y es argentina", dijo, para apuntalar el sentido de sus canciones.
Las flores de Soledad
Y la medianoche fue la hora de Soledad. Trajo flores frescas: no sólo las que estaban estampadas en su vestido y en el de su hermana Natalia, o por las que entregó al público al final, sino también por el ramo de canciones nuevas y aún desconocidas que ofrendó.
La comunicación con la gente sigue intacta, e incluso más pulida: Soledad habita el escenario como si se tratara de un domingo en familia grande, y el público se siente parte de esa confianza que transmite su transparencia. Ella ya no agita ponchos (ni cantó A don Ata), y aunque intenta imprimirle un paso veloz al repertorio, por momentos incluso con medias canciones, su paso es más sereno, templado por el tiempo, como su voz.
El cancionero nuevo, con algún tema fronterizo al pop, revela, antes que nada, que aún no siente que ha llegado a su remanso definitivo. Entonces, busca, y buscar es salud.
Pero la Soledad de siempre, incluso la de antes del escenario, puede rastrearse claramente el fragmento en el que junto a Natalia cantan un puñado de clásicos. En la intensidad con que ellas se miran a los ojos se presiente la ilusión con que aprendieron a cantar folklore, con las letras y los acordes escritos en un cuaderno o acaso con algunos de los libritos de Arnoldo Pintos.
El camino sigue abierto, y el magnetismo también.
Poderoso Jorge Rojas
Luego, los cuatro violines de La Sacha Fuga, conjunto instrumental ganador del Pre Cosquín, transmitieron sus buenas vibraciones a la plaza. A continuación, el cordobés Emiliano Monti se definió como "una guitarra solitaria de campo" y, voz mediante, puso milongas en relieve. Nahuel Lobos, después, trajo algunas canciones sentimentales con las que el año pasado fue destacado en los espectáculos callejeros.También hubo reconocimiento para El Viejo Algarrobal, conjunto de malambo ganador del Pre Cosquín.
Y en la otra punta del camino, la del final, el otro Rojas: Jorge.
oderoso en la noche: la plenitud de voz, de dominio del escenario y puesta del espectáculo, más una banda categórica, definen las cosas con el público absolutamente a su favor.
Mientras tanto, su repertorio va teniendo toques que indican la posibilidad de otras direcciones. Como cuando entre A todo corazón y Milagro de amor, incluye a El tiempo me ha enseñado, del uruguayo  Tabaré Cardozo ("El tiempo me enseñó que la miseria es culpa de los hombres miserables"...). Por supuesto, hace sabroso uso de golpes de nocaut como La vida y Hoy.
Tras dos largos fragmentos de bises (con una invitación también para Los Fulanos, además de Mariana Carrizo), su show terminó arañando las cinco de la mañana.
Ya cantada, bailada e incluso reída hasta el empacho, la gente aceptó que era el momento de vaciar la plaza. Aunque el delicioso temperamento de la noche seguía siendo una tentación.

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