Nuestra primer portada

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Revista "Madre Tierra"

domingo, 31 de marzo de 2013


SEMBLANZA DE
ARMANDO TEJADA GÓMEZ





Por Juan Carlos Fiorillo

Fue un 21 de abril de 1929, cuando sobre el otoño andino pendular de nuestra América, nació en Mendoza, en la confluencia del zanjón Frías y el canal Guaymallén de la capital cuyana, el poeta Armando Tejada Gómez, tan señor de las uvas y las montañas, hijo anteúltimo de 24 hermanos.
Decía: “Desciendo de la comunidad de los Huarpes (…) pertenezco a una familia de agricultores (…) a la civilización del riego”. 
Fue canillita, albañil, locutor de radio, legislador provincial y fundamentalmente, poeta y escritor. En cada silencio de su tiempo cósmico supo poner la palabra en la canción de los pueblos. Palabra valiente y musical. Heredada y vibrante.

“El caso es que una noche me despertó la luna
y descubrí la tierra
y  era un país mi sangre”.

A la muerte de su padre pasó a vivir con su tía Fidela Pavón, quien le enseñó las primeras letras. Compra un libro, el “Martín Fierro” a los 15 años, instruyéndose por su cuenta a partir de esa lectura. En 1958, con 29 años, es elegido diputado provincial por la UCRI. Viaja invitado a China y al año siguiente se afilia al Partido Comunista.

“Los pueblos se desbordan en torrentes
y estallan las raíces, sacudidas
por la fuerza huracán del mundo nuevo
construido a partir de las cenizas”.

Radicado en Buenos Aires en 1964, abre la peña “Folklore 67” en Talcahuano 360. Ha escrito muchas canciones, muy buenos libros y militó permanentemente en la causa de la liberación de Latinoamérica. Es el fundador  del  “Movimiento Nuevo Cancionero” con Manuel Oscar Matus, Tito Francia, Mercedes Sosa y Eduardo Aragón, entre otros. En 1972 estrenó en el Teatro Colón su “Informe Cantado del Nuevo Cancionero”.
En 1974 ganó el premio “Casa de las Américas” con su libro “Canto Popular de las Comidas”, dejando inédita la grabación de la “Cantata Popular de las Comidas” con música del Cuchi Leguizamón. Supo decir alguna vez: “Mi madre, que era/ muy criolla,/ le echaba amor a la olla”.
En 1976 la dictadura militar prohíbe la difusión de sus canciones y la publicación de sus libros.
En 1978 ganó el premio “Villa de Bilbao” de España, con su novela “Dios era el olvido”. En 1985 es nominado al premio Konex, en 1986 obtiene el Gran Premio Sadaic, entre otras distinciones.
Es autor, entre otras obras, de los libros de poesías “Pachamama”, “Tonadas de la piel”, “Antología de Juan”, “Los compadres del horizonte”, “Ahí va Lucas Romero”, “Tonadas para usar”, “Profeta en su tierra”, “Amanecer bajo los puentes”, “Toda la piel de América”, “Historia de tu ausencia”, “Bajo estado de sangre”, “El río de la legua” (novela), “Cosas de niños” y “Los telares del sol” (editado dos años después de su muerte).
Sus letras para el cancionero tradicional recorrieron el mundo: “Canción con todos” es un verdadero himno latinoamericano, “Canción de las simples cosas”, un conmovedor poema de amor, “Paloma y laurel”, un inolvidable retumbo de afectos, “Fuego en Animaná” es de 1972, y  es el lugar, en los valles calchaquíes, donde se realizó por primera vez una quema de neumáticos por reclamos salariales, protagonizado por Pedro Ríos, quien se convertiría así en el primer piquetero del país. Este tema  fue uno de los prohibidos por el gobierno militar de los años 70, tal vez, por la sencillez de su letra: “Es que yo soy ese que soy, el mismo nomás/ hombre que va buscándose en la eternidad,/ si es por saber de donde soy:/ soy de Animaná.
Entre otras muchas composiciones, aparecen con su firma “Resurrección de la alegría”, “Canción de la ternura”, “El huso” y “Triunfo agrario”, todas con música de César Isella; con Manuel Oscar Matus compuso una de sus primeras piezas musicales: “Zamba del riego”, luego la chacarera “El viento duende” y la cueca cuyana “La Pancha Alfaro”; con Ariel Ramírez “Volveré siempre a San Juan”: con el “Cuchi” Leguizamón “Milonga de los asados”, “El viejo luchador”, “Geografía del vino”, “Ronda para Teresa”, “Chaya de la albahaca”, “Maíz de Viracocha”, la premiada “Elogio del viento” y la siempre recordada “Zamba del laurel” y con Tito Francia en la música, compusieron la inolvidable “Zamba azul” y “Regreso a la tonada”, la que dice en sus primeros versos:

“Regreso a cantar tonadas
de sol a sol por la sangre,
como cantaba la vida
en la raíz de mi padre.
Cogollo de vida nueva,
la vida es una tonada”.

Tejada Gómez  engrandeció con sus versos la canción argentina. Fue un verdadero profeta en su tierra. Un inmenso labrador de palabras. Un  predicador de su raza, la síntesis de un creador nato, una presencia caudalosa y un vino entusiasmado con un lenguaje único para eternizar el mensaje. Fue el grito del pueblo. La voz estentórea del pueblo: 

“Canta conmigo, canta, latinoamericano,
libera tu esperanza con un grito en la voz”,
dice en la “Canción con todos”.

Murió en 1992, un 3 de noviembre, en Buenos Aires. 

 “La muerte es el retorno a la tierra (…)
nosotros somos seres planetarios (…)
toda nuestra materia, nace y vuelve
y retorna al universo”.

Se fue a la hora en que los “compadres” se encuentran en el más fraternal de los convidos. Tenía 63 años. Sus cenizas descansan en su pueblo natal:
                                                                        
“Entonces regresó. Cundió su sombra
por un extraño hechizo de campanas.
Con las canciones rotas por la lluvia
penetró al corazón de las guitarras.
Su memoria ritual creció en la noche
postulada de estrellas y relámpagos.
Y amaneció en la muerte su silencio
trizado por el júbilo y los pájaros”.

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