Nuestra primer portada

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Revista "Madre Tierra"

domingo, 16 de diciembre de 2012

Heroes de nuestra Historia: Manuel Javier Rodríguez Erdoíza



Manuel Xavier Rodríguez y Erdoíza (1785-1818) es una figura legendaria en la historia chilena. Hombre acaudalado, abogado de profesión, diputado, secretario de guerra, capitán de Ejército y Director Supremo. Pero ninguno de todos sus cargos oficiales le dieron tanta fama como su trabajo en la clandestinidad, durante el periodo de la Reconquista. En múltiples ocasiones cruzó la cordillera de los Andes trayendo y llevando mensajes secretos de José de San Martín y preparando el terreno en Santiago para la ofensiva del Ejército Libertador. Llegó a ser el hombre más buscado del reino. Su biografía está llena de escenas de aventuras en las que aparece burlando a sus perseguidores una y otra vez, disfrazado de fraile o de huaso, o desnudo en la noche escabulléndose por entre decenas de soldados talaveras y cruzando a nado el río Mataquito.
No obstante lo anterior, su trabajo para la causa patriótica comenzó mucho antes de la Reconquista, luchando en las campañas del sur en 1813, exhortando al ejército y aplicando toda su locuacidad y persuasión en la prédica de los ideales independentistas entre las clases populares.

Su relación con otros caudillos de la Independencia osciló entre la alianza más estrecha y el más profundo de los odios. Trabajó codo a codo con José Miguel Carrera, de quien había sido compañero durante la enseñanza primaria en el colegio Carolino, lo cual no impidió que Carrera lo enviara a la cárcel varias veces. Con Bernardo O'Higgins, su vínculo fue aún más complejo; Manuel Rodríguez era para él un personaje muy incomodo y detestado, pero a la vez, necesario para la causa patriótica.

Manuel Rodríguez murió asesinado en Til-Til, cuando sólo contaba con treinta y tres años de edad. Su figura, romántica y popular, se convirtió en un mito que ha inspirado tanto a poetas y compositores chilenos, como a cineastas, constituyendo el tema de la primera película chilena El húsar de la muerte, de Pedro Sienna.



El Cautivo de Til Til

Por unas pupilas claras 
que entre muchos sables 
viera relucir. 
Y esa risa, que escondía 
no se qué secretos 
era para mí. 
Cuando altivo se marchó 
entre sables de alguacil, 
me nubló un presentimiento 
al verlo partir. 

Dicen que es Manuel su nombre 
y que se lo llevan camino a Til Til, 
que el gobernador no quiere 
ver por La Cañada su porte gentil. 
Dicen que en la guerra fue 
el mejor y en la ciudad 
deslumbraba como el rayo 
de la libertad. 

Sólo sé que ausente va 
que lo llevan maniatado 
que amarrado a la montura 
se lo llevan lejos de la capital. 

Sólo sé que el viento va, 
jugueteando en sus cabellos 
y que el sol brilla en sus ojos 
cuando lo conducen 
camino a Til Til. 

Dicen que era como el rayo 
cuando cabalgaba sobre su corcel 
y que al paso del jinete 
todos le decían por nombre Manuel. 
Yo no se si volveré 
a verlo libre y gentil, 
sólo se que sonreía camino 
a Til-Til




Tonada de Manuel Rodríguez

Saliendo de Melipilla,
corriendo por Talagante,
cruzando por San Fernando,
amaneciendo en Pomaire.

Pasando por Rancagua,
por San Rosendo,
por Cauquenes, por Chena,
por Nacimiento:

por Nacimiento, sí,
desde Chiñigüe,
por todas partes viene
Manuel Rodríguez
Pásale este clavel,
vamos con él.
Que se apaguen las guitarras,
que la Patria está de duelo.
Nuestra tierra se oscurece:
Mataron al guerrillero.

En Til-Til lo mataron
los asesinos,
su espalda está sangrando
sobre el camino:
sobre el camino, sí,
quién lo diría,
él, que era nuestra sangre,
nuestra alegría.

La tierra está llorando.
Vamos callando.


Manuel Rodríguez Erdoíza
El 24 de febrero de 1785, nació Manuel Javier Rodríguez Erdoíza, el hombre que se encargaría de atizar la llama de la libertad en Chile. Al día siguiente lo bautizó en la parroquia del Sagrario el doctor don Joaquín Gaete, Canónigo de la Santa Iglesia Catedral.

La casa de sus padres se ubicaba en Agustinas con Morandé y, calle de por medio, en la esquina del frente vivían los hermanos Carrera. José Miguel, de quien le separaban diez meses de edad, fue su inseparable compañero de aventuras. No sólo fue ese barrio el escenario de sus travesuras, sino todo Santiago. El cerro Santa Lucía, un arisco montón de rocas en ese tiempo, era el lugar más propicio para las cimarras. Y después de recorrer el barrio de la Chimba (actualmente Independencia), donde robaban la sabrosa fruta de las huertas, iban a dar con su pandilla a la Plaza de Armas. Era ésta un peladero, en cuyo costado oriente se ubicaban numerosos tenduchos que vendían ojotas. Y los compradores botaban en su alrededor las que dejaban de usar, transformándose en los proyectiles más codiciados por estos palomillas. Iniciaban así una verdadera batalla de ojotazos, y en más de alguna ocasión recibió el golpe un señor principal o una dama encopetada.

Y cuando los guardias los correteaban, vencedores y vencidos iban a encumbrar el volantín en los potreros vecinos, junto a las acequías anchurosas de los alrededores.

Sus Padres

Doña María Loreto de Erdoíza y Aguirre, emparentada con el marqués de Montepío, don Nicolás de Aguirre, era una hermosa muchacha de finos modales, cortejada por numerosos jóvenes santiaguinos. Y entre sus pretendientes escogió al comerciante español don Lucas Fernández de Leyva y Díaz, de avanzada edad, que la dejó viuda muy joven.

No pasó mucho tiempo sin contraer un nuevo matrimonio, esta vez con el joven peruano Carlos Rodríguez de Herrera y Zeballos, que desempeñaba el cargo de oficial mayor de Aduana.

De su primer matrimonio quedó a doña María Loreto un hijo, don José Joaquín Fernández de Leyva y Erdoíza, que ejerció el cargo de diputado de Chile en las Cortes de Cádiz por el año 1809, cuando su madre ya había fallecido.

De don Carlos Rodríguez tuvo a Manuel Javier, Carlos y Ambrosio María.

El Estudiante

Si bien su madre había quedado con alguna situación económica de su primer matrimonio, no daba ésta para pagar los 80 pesos anuales que cobraba el Convictorio Carolino por la educación de los niños provenientes de familias acaudaladas. Manuel Javier tuvo que acogerse a una de las cuatro becas que el colegio tenía, para lo cual sus debieron demostrar pureza de sangre, legitimidad de nacimiento y buena conducta de sus antepasados.
Hablador, vivaz y rey de los motines, Manuel robusteció su amistad con José Miguel Carrera. Juntos realizaron muchas travesuras, desde cargarles la mano a los "soplones" del curso, hasta hacerles pesadas bromas a los profesores. Fueron sorprendidos en una de estas últimas y condenados a una "corrida de palmeta", sanción aplicada con una regla de madera sobre los nudillos de la mano. Los muchachos escaparon del castigo, fugándose por los tejados hasta la calle.
Terminado el colegio, Manuel Rodríguez ingresó a la Real Universidad de San Felipe a estudiar Cánones y Leyes.

Rodríguez destacó por la rapidez con que captaba los argumentos del contrario y la facilidad con que los rebatía. De oratoria rápida y fulminante, mezclada con un tono histriónico, terminaba siempre diciendo la última palabra.
Pero no solamente estudiaba. Asistía a las riñas de gallos y a las chinganas, donde buscaba el contacto y la amistad con la gente del pueblo. Bailaba maravillosamente la zamacueca, las contradanzas y el minuet, todos bailes de moda, y galanteaba apasionadamente a las muchachas bonitas. Era diestro, también, en el manejo del corvo y en los juegos populares. Se hizo asiduo a las tertulias en que algunos privilegiados leían obras prohibidas con el pensamiento de los intelectuales franceses a una serie de petimetres que usaban rapé y tabaco. Más de noche, asomaba su perfil por las peñas del Portal de Sierra Bella, donde se comentaba el último chismorreo político.

Como alumno universitario fue destacado. En enero de 1807 se recibió, sin mayores dificultades, de Bachiller en Cánones y Leyes. En 1811 se presentó para obtener un doctorado, pero el grado se concedía mediante el pago de trescientos pesos que Rodríguez no tenía. Como su pobreza era implacable, ofreció "a falta del pago de propina desempeñar gratuitamente los interinatos en las cátedras de cánones, leyes decreto e instituta". Pero se interpuso en su destino el gobernador García Carrasco, vicepatrono de la Universidad, que dió orden de suspender la decisión.

Se habían opuesto algunos doctores que veían en él un espíritu renovador de oposición a los privilegios y de acercamiento a los desamparados. Manuel Rodríguez no se doctoró jamás, y los acontecimientos de 1810 cambiaron la toga del jurisconsulto por la espada del Guerrillero.

Sembrando La Libertad

Mientras se desarrollaban los sucesos que culminaron con la entrega del mando por parte de García Carrasco, Rodríguez se mantuvo ocupado en ganar dinero con su profesión de abogado, y en ir sembrando las ideas libertarias en los corrillos. El resto de su tiempo lo compartía entre su afición al bello sexo y a los juegos de naipes y trucos.

García Carrasco vio minada definitivamente su autoridad cuando hizo apresar a los patriotas Rojas, Ovalle y Bernardo Vera, y los envío a Valparaíso para desterrarlos al Perú.

A esto se sumaron las noticias llegadas desde Buenos Aires. Los criollos habían cambiado de régimen y tomado el mando. El Cabildo santiaguino y la aristocracia se manifestaron totalmente en su contra y grupos de jóvenes exaltados, entre los que se contaba Manuel Rodríguez, se instalaron fuera del Palacio de Gobierno y pidieron a gritos su salida.

Ante la oposición generalizada, García Carrasco debió entregar el gobierno a don Mateo de Toro Zambrano y Ureta.

Rodríguez comenzó su vida pública en mayo de 1811, cuando fue nombrado procurador de la ciudad de Santiago. Era aún un patriota moderado y en ese cargo tuvo la ocasión de tratar a muchos hombres notables y de arraigar sus ideas revolucionarias, que se acentuaron con la llegada a Chile de don José Miguel Carrera, su antiguo condiscípulo, que arribó a Valparaíso en julio de ese año.

Grande fue el contento de Rodríguez al reencontrarse con su antiguo compañero, por el que sentía profunda admiración, y en el que veía retratada su propia y compleja personalidad. Carrera venía a constituirse en un estímulo ardiente para la causa revolucionaria, por su rapidez entre la decisión y la acción.

El 4 de septiembre de 1811 Manuel Rodríguez fue elegido diputado al Congreso por la ciudad de Talca.

Un Amigo... ¡Es Un Amigo!
Video para descargar - El húsar de la muerte

Es el único largometraje chileno del cine mudo que es posible ver en la actualidad. Fue estrenado el 24 de noviembre de 1925 y hoy es considerado el filme más importante de su época. En 1998 fue declarado monumento histórico.

La película que narra las aventuras de Manuel Rodríguez entre 1814 y su muerte, fue dirigido y protagonizado por Pedro Sienna. También tuvieron papeles protagónicos María de Hanning y Dolores Anziani.

En la última restauración que se realizó al Húsar de la muerte en 1995, se agregó una música incidental compuesta por Horacio Salinas. 
Rodríguez, que en un comienzo miró con calma los sucesos, se identificó rápidamente con el entusiasmo y los argumentos de su amigo Carrera.

Manuel Rodríguez fue uno de los personajes más desinteresados de nuestra historia. Nunca buscó honores ni cargos importantes. Era el descontento por naturaleza, el inquieto buscador del peligro, y de lo único que adolecía, era la sumisión incondicional a los que gobernaban. De extraordinario atractivo, era un hombre delgado, de 1 metro 70 de estatura.

El 15 de noviembre fue elegido diputado por Santiago y al día siguiente, tras asumir el mando José Miguel Carrera, le nombró Secretario de Guerra. Su carrera militar comenzó el 2 de diciembre de 1811, fecha en que se incorporó al Ejército con el grado de capitán, y fue designado por Carrera como su secretario.

A comienzos de 1813 empezó a enfriarse la amistad con Carrera. Rodríguez, junto con sus hermanos Carlos y Ambrosio (este último era capitán de la Gran Guardia) se transformó en crítico de los rumbos gubernamentales. Los descontentos tenían distintos puntos de reunión. El más pintoresco era la quinta del Carmen Bajo, otrora residencia del corregidor Zañartu, donde existían unos saludables baños.
Pero en ese tiempo las conspiraciones se sucedían unas tras otras y los enemigos de un momento eran fuertes aliados en la ocasión siguente. No obstante, Rodríguez y sus hermanos fueron apresados y enjuiciados por conspirar contra Carrera. Manuel Rodríguez alegó en el tribunal con argumentación irrebatible, mas fue condenado a un año de destierro en la isla de Juan Fernández.

El 19 de marzo presentó un documento, haciendo ver la imposibilidad de cumplir tal condena, a causa de un doloro absceso y el castigo no pasó de ser un golpe de autoridad.

En 1814, los viejos amigos se volvieron a reunir. La junta de Gobierno fue reemplazada por el coronel De la Lastra, con el cargo de Director Supremo, y Manuel Rodríguez comenzó a atacarlo desde el periódico "El Monitor Araucano". Los Carrera, depuestos del mando, huyeron desde el sur a Santiago. Rodríguez escondió a José Miguel, primero en las haciendas "El Bajo" y en Lo Espejo, y luego en su propia casa.

Finalmente, los conspiradores se apoderaron del gobierno. José Miguel Carrera organizó una nueva Junta integrada por él, el padre Uribe y el coronel Muñoz. Rodríguez fue nombrado secretario de esa Junta.

Tras el desastre de Rancagua, el Guerrillero atravesó la cordillera con rumbo a Mendoza. Antes de perder de vista su patria, se envolvió en el ancho poncho maulino, encendió un pitillo mientras lo embargaba la emoción, y juró reparar sus calaveradas dedicándose por entero al servicio de la independencia.

Agente Secreto y Montonero

Mendoza recibió a los emigrantes de Chile con hospitalidad. Y mientras el gobernador de Cuyo, el coronel mayor don José de San Martín y Matorras se aplicaba a la tarea de organizar un Ejército Libertador que expulsara para siempre a los monarquistas de Chile, los exiliados comenzaron a desempeñar diferentes oficios para ganarse la vida. En tanto, la madre y hermana de O'Higgins se dedicaban a confeccionar hermosos tejidos para vender entre las damas acaudaladas, Diego José Benavente instaló una imprenta donde se editaban partes y proclamas. Don José Ignacio Zenteno, que más tarde desempeñaría un importante papel, abrió una taberna que se convirtió en el lugar de reunión de los emigrados. Manuel Rodríguez, por su parte, redactaba bandos y pregones para la imprenta de Benavente.

El gobernador de Chile, general Mariano Osorio, comenzó a enviar espías para investigar el ánimo y las actividades de los patriotas. Pero fueron sorprendidos y San Martín, devolviendo el golpe, empleó sus firmas para mandar falsas informaciones a Chile. El gobernante cuyano ya había despachado cuatro emisarios para que desarrollaran una guerra de zapa: los oficiales chilenos Aldunate, de la Fuente, Diego Guzmán y Ramón Picarte.

Y finalmente puso sus ojos en Manuel Rodríguez, al que había observado detenidamente. Ambos conversaron con largura de sus planes futuros. A Rodríguez le tentó la posibilidad que le ofrecía San Martín. Estaba hecho a la medida para eso y comenzó a idear disfraces y sistemas de comunicación. Vestiría de fraile entre los que contaba con buenos amigos patriotas; de campesino humilde, sirviente doméstico y vendedor ambulante. Para él, que se había criado recorriendo las barriadas, le sería fácil pasar por uno de ellos y conseguir su ayuda.



Sembrando la Semilla de Libertad

Sus Mil Caras

Las instrucciones de San Martín fueron claras. Comunicaría a Mendoza datos rigurosos sobre la calidad y número de las tropas españolas. Difundiría noticias falsas para sembrar el descontento entre los realistas. Revelaría a los patriotas la próxima invasión a Chile, para mantener en alto su espíritu. Trataría de sembrar la discordia entre los realistas y fomentaría el odio al rey, al gobernador y a los Talaveras, en particular a San Bruno. Formaría partidas de gente armada, para que al momento de la invasión no hubiera un patriota que no organizara una guerrilla. Acarrearía armas desde Mendoza y las mantendría en lugares ocultos.

Como agente secreto, Rodríguez firmaría sus comunicaciones como el "Alemán", y, también usaría los sobrenombres de "Chancaca", "Kiper", "Chispa" y "El Español".

Establecieron, además, un código secreto para los mensajes: lluvia significaría expedición; nueces, soldados de infantería; pasas, soldados de caballería; uvas, de artillería; higos, victorias; papas, pérdidas para los españoles; tabaco, probable protección de ingleses avecindados en Chile.

Luego de proveerse de algún dinero y unas órdenes de pago, Manuel Rodríguez abandonó el colmenar humano del campamento de Plumerillo y cruzó por el paso del Planchón, para dirigirse a Colchagua.

Al llegar a Chile, ya había cambiado el gobierno. Don Francisco Casimiro Marcó del Pont acababa de hacerse cargo del mando, delegando la autoridad policial y represiva en el capitán Vicente San Bruno, comandante del Regimiento de los Talaveras. El hombre, antiguo fraile metido a militar, era bajo, fornido y de cuello corto, rostro rubicundo, pelo castaño y mirada penetrante.

Los Talaveras recorrían los campos llenando de pavor a los campesinos. Les quitaban sus aves, registraban sus viviendas en busca de conspiradores, les golpeaban y amenazaban con crueles castigos.

Cierto día, Rodríguez iba al trote de su caballo camino de Los Rastrojos (entre San Fernando y Curicó), a casa de su amigo José Eulogio Celis, para concertar un plan de abastecimiento de armas. Cuando se encontraban conversando, las mujeres de la casa vinieron a avisar que se acercaban los Talaveras. Rápidamente, Rodríguez pidió a su amigo Celis que en su calidad de juez de subdelegación, lo pusiera preso en el cepo como si estuviera borracho. Los realistas preguntaron por él y se limitaron a darle unos puntapiés.

Bandido Neira

En sus andanzas a lo largo de Colchagua y Curicó, tomó contacto con el temido bandido Neira y lo dió vuelta a la causa patriota. El propio San Martín, desde Mendoza, le envió un uniforme de oficial galoneado y vistoso. A partir de ese momento, José Miguel Neira se dedicó a atacar las haciendas de los realistas, apropiandose de su dinero y sus armas. Asaltaba correos, columnas militares y sembraba el terror entre los monarquistas.

Entretanto, Manuel Rodríguez organizó a los arrieros que iban a Cuyo, bajo las órdenes de José Godomar, para que internaran armas de contrabando.

Cierto día, en Santiago, caminaba vestido de "roto" detrás de la historiada carroza del gobernador Marcó del Pont. Le esperaban unos cuantos funcionarios aduladores en la puerta del Palacio de Gobierno. Cuando iba a descender, el andrajoso hombre se quitó humildemente el bonete y se apresuró a abrirle la puerta. Su Señoría, en un rasgo de esplendidez, dejó caer una moneda en su mano.

Donde Caerán Las Tropas

San Martín le envió nuevas instrucciones: había que hacer creer a los realistas que las tropas libertadoras caerían sobre las provincias del sur. Y Rodríguez se movilizó hacía Colchagua para activar a sus agentes. José Eulogio Celis y Godomar estaba en tratos con Paulino Salas, un maulino cazurro, y con Bartolo Araos, con quienes lograron internar armas y balas.

Manuel Rodríguez realizó una serie de viajes a Mendoza para informar a San Martín. Conocía varios pasos, pero el que más usaba era el de los "contrabandistas", también llamado "el camino del fraile", que venía a caer en La Dominicos. Los frailes, abiertamente patriotas, no sólo le cobijaban sino le ayudaban además a llegar a Santiago. Muchas veces organizaron procesiones desde el templo hacia la ciudad, y entre los penitentes iban Manuel Rodríguez y su amigo el bandido Pancho Falcato con sendos trabucos asomados por lo bajo de las sotanas.

Asalto A Melipilla

En aquellos tiempos, las faenas campesinas se suspendían entre el 25 de diciembre y el 6 de enero, período que llamaban "las pascuas". Los trabajadores de las haciendas concurrían al vecino pueblo de San Francisco del Monte o a algunos lugares de diversión de los contornos.

La noche del 2 de enero de 1817, Rodríguez cruzó el río Maipo por el vado de Naltahua, acompañado por el antiguo soldado que le servía de asistente. Pronto se le juntaron Ramón Paso y un tal Galleguillos, campesino de la Isla de Maipo. El primero llevaba un par de pistolas y el segundo un sable. Luego llegó José Guzmán, un pequeño propietario de Lo Chacón, con otro sable. El más armado era Rodríguez, que cargaba un par de pistolas, una daga y un sable.

Cuando iba a partir, pasó un comerciante español de apellido Damián que viajaba a Santiago con su familia en carreta. Rodríguez lo hizo apresar y repartió la plata y los equipajes entre los huasos que se habían juntado. Luego les arengó, invitándolos a una correría que habría de procurarles dinero, pues en nombre de la patria les repartiría los caudales que los sarracenos habían quitado a los chilenos.

A las nueve de la mañana llegaba a Melipilla con ochenta huasos alborotados, que penetraron al galope por las calles gritando ¡Viva la Patria! El Guerrillero apresó en el acto al subdelegado Julián Yécora, a quien exigió la entrega de los fondos. En cuanto tuvo el dinero, repartió una buena parte entre sus acompañantes, y luego lanzó el resto a la muchedumbre que se reunió.

Una melipillana, doña Mercedes, le contó que cerca de ahí, en las casas de Codegua, estaba un Talavera de vacaciones. Los insurgentes partieron en su busca y apresaron al teniente Tejeros junto a su asistente. Pero se alejaron répidamente del lugar, comprendiendo que debía haber varias partidas realistas persiguiéndoles. Una noche se fugó el asistente, y Tejeros comenzó a obstaculizar la marcha, fingiéndose fatigado. Rodríguez le apuró, llegando a amenazarlo de muerte. Pero en un descuido, el Talavera se lanzó por una quebrada. Dos certeros disparos dieron cuenta de él, evitando que sus perseguidores les siguieran la pista.

Estrategia

Ocho días después apareció Rodríguez en San Fernando, moviéndose por los fundos de Colchagua. Esta vez le acompañban dos curiosos personajes, Magno Pérez, hombre arriesgado y temerario, y el otro obedecía al apodo del Enjergadito (o "chamullero"). Mezclas de bandoleros y contrabandistas, se jugaban la vida con la misma tranquilidad que una partida de naipes.

Entre el río Cachapoal y el cordón de cerros de la Cuesta de Carén, vivía don Pedro Cuevas, hombre campechano, dicharachero y muy criollo, famoso por su criadero de caballos chilenos: los "cuevanos". El hacendado, profundamente patriota, sentía admiración por Rodríguez. Cuando supo que se encontraba escondido en las casas de Quilamuta, partió a buscarle y ofrecerle su apoyo.

Entretanto, Rodríguez había enviado numerosos emisarios a San Fernando. Don Francisco Salas juntó cien huasos armados con instrumentos de labraza. Don Feliciano Silva, por su parte, reunió otros cincuenta. El Guerrillero les hizo llegar armas y municiones; sólo faltaban algunos caballos, que don Pedro Cuevas se encargó de proporcionar.

Rodríguez hizo traer piedras grandes que metieron en unos capachos de cuero, amarrados con lazo al pehual de las cinchas. Al arrastrarlos, el ruido haría creer a los realistas que llevaban artillería.

Era la noche del domingo 12 de enero de 1817. La aldea de San Fernando descansaba confiadamente. De pronto, los pobladores despertaron con el estruendo de las rastras de cuero que tiraban los huasos. Los gritos de ¡Viva la Patria!, ¡abajo los sarracenos!, lanzados por los montoneros, infundieron pánico entre los realistas.

Al bullicio se sumaron algunas órdenes de mando.
- ¡Avance la artillería! ¡Que se muevan pronto los cañones!
El capitán Osores alcanzó a parapetar sus carabineros encima del cuartel; pero cuando cundió la voz de que los montoneros llevaban artillería, huyeron a la desbandada por encima de tapias y paredes.

Los asaltantes quedaron dueños del lugar sin disparar un tiro. Rompieron las puertas del estanco y se repartieron todas las especies que encontraron. Comprendiendo que el capitán Osores podía reunir sus carabineros y regresar a sorprenderlos, emprendieron la retirada en dirección a la cordillera. De acuerdo a lo convenido, la banda se fue dispersando de a poco.

Misión Cumplida

Las noticias volaron hasta Santiago produciendo enorme consternación en las autoridades. Todos creyeron que la villa de San Fernando se encontraba aún en manos de los insurgentes, y Marcó del Pont comenzó a repartir órdenes disparatadas.

Una nueva misión había cumplido el Guerrillero Manuel Rodríguez. El desconcierto estaba sembrado.

El Ejército de los Andes no llegó por el sur, como habían hecho creer a las autoridades españolas. Cruzó simultáneamente por seis pasos cordilleranos, pero el grueso de las tropas lo hizo por Los Patos y por Uspallata, reuniéndose luego en Curimón. La victoria patriota en Chacabuco marcó el término del dominio español; mas los realistas retrocedieron para organizar la resistencia en Talcahuano, aprovechando que San Martín no realizó la persecución, labor indispensable después de un triunfo.

O'Higgins debió marchar con sus tropas al sur para acabar con los realistas. Mientras se encontraba allá, sitiando la fortaleza de Talcahuano, San Martín recibió aviso de un posible desembarco español en el litoral central: San Antonio o Valparaíso, y envió un despacho a O'Higgins para que regresara con sus fuerzas al norte. Entretanto, él reunió en la hacienda de Las Tablas, cerca de Valparaíso, las dotaciones que se encontraban en la capital.

El Ejército patriota fue atacado en Cancha Rayada sorpresivamente, sufriendo una derrota durante la cual O'Higgins fue gravemente herido en le brazo derecho.


Sus últimas hazañas

Fugaz Gobierno Guerrillero

Las desoladoras noticias llegaron a Santiago desde Cancha Rayada: la noche del jueves 19 de marzo de 1817 las fuerzas realistas destruyeron el ejército patriota.

En la capital cundió la amargura, y familias enteras se aprontaron para iniciar el viaje a Mendoza a través de la cordillera, antes que el enemigo invadiera triunfante Santiago.

En reemplazo de Bernardo O'Higgins, que se encontraba en el sur al mando de las tropas, ejercía entonces el poder como Director Supremo Delegado Luis de la Cruz. Los vecinos fueron convocados a un Cabildo Abierto la mañana del 23 de marzo, cuatro días después de la derrota patriota. Allí, en esa agitada asamblea, habló Manuel Rodríguez. El Historiador Ricardo Latcham relata: "Me toca una tarea muy penosa, la de comunicar a mis conciudadanos los detalles del triste suceso de la noche del jueves 19. El ejército ha sido sorprendido y derrotado tan completamente que en ninguna parte se hallaban esa noche cien hombres reunidos alrededor de sus banderas. El orgulloso ejército en el que cifrábamos todas nuestras esperanzas, no existe ya. Se anuncia que el Director O'Higgins ha muerto después de la derrota y que el general San Martín, abatido y desesperado, no piensa más que en atravesar los Andes".

El informe resultó desolador. Algunos vecinos pedían cambio de gobierno y otros solicitaban que el mando se entregara a Rodríguez. En definitiva, se decidió que éste asumiera el cargo de Director Supremo Delegado junto a Cruz.

El Guerrillero supo devolver a los patriotas la fé y el optimismo perdidos luego del desastre de Cancha Rayada, animándolos mediante encendidas y vibrantes arengas y creando los Húsares de la Muerte.

Es famoso el discurso que lanzó en la Plaza de Santiago, cuando en forma enérgica habló a la multitud desalentada e inquieta. Con brillante oratoria, llamó a la defensa del territorio hasta las últimas fuerzas. La leyenda recuerda todavía aquella célebre frase con que el Guerrillero conmovió al gentió: "¡Aún tenemos Patria, ciudadanos...!"

Húsares De La Muerte

Rodríguez organizó los "Húsares de la Muerte", batallón que se distinguía por una calavera de paño blanco sobre negro, simbolizando la decisión de morir en la batalla antes que permitir el triunfo del enemigo.

Entregó los puestos de oficiales a sus familiares y amigos. Cuenta el historiador Ricardo Latcham que "el cuerpo llegó a contar de doscientos hombres, armados de 200 tercerolas sin terciados, 200 sables con sus tiros, 172 pares de pistolas, 80 piedras de chispa, dos cajones de cartuchos a bala y 6 de instrucción. Todo fue sacado de la Maestranza del Ejército".

O'Higgins Aclamado

Pronto fue avisado O'Higgins acerca de los sucesos en la capital y, aún herido, decidió regresar desde el sur. Llegó a Santiago en la madrugada del 24 de marzo y de inmediato se reunió con Cruz. Se informó acerca de los Húsares y de las acciones de Rodríguez.

Horas más tarde, O'Higgins acudió al Cabildo. Relata Barros Arana: "... cuando levantándose del sillón directorial, se puso de pie con el brazo entrapajado y con el rostro pálido por la fatiga, la concurrencia prorrumpió en calurosos aplausos. Con palabras sencillas refirió la jornada del 19 de marzo y los esfuerzos hechos para reorganizar el ejército, asegurando que la Patria tenía recursos suficientes para salir victoriosa de aquella tremenda crisis".

Allí mismo reasumió el poder, en medio de las aclamaciones de los asistentes.

Menos de treinta horas había durado el Guerrillero en el cargo de Director Supremo.

Ni Manuel Rodríguez ni los Húsares combatieron en la batalla de Maipú. El general San Martín había dispuesto que la batalla era decisiva y que en su éxito se pondría todo el empeño de los patriotas. Por tanto, hombres desprovistos de instrucción militar no podían participar.

Días más tarde, el general O'Higgins dio orden de disolver a los Húsares por falta de disciplina y de espíritu militar.

En Til-Til Lo Mataron

Pero a pesar de esta drástica medida del Director Supremo, los ánimos en Santiago no lograron calmarse. El 14 de abril de 1818 se conoció la noticia del fusilamiento de los hermanos Juan José y Luis Carrera en Mendoza, lo que provocó gran revuelo en el pueblo y violentas reacciones por parte de los carrerinos. Tres días más tarde, en distintos lugares de Santiago, se reunieron los vecinos, en Cabildo Abierto, para terminar con el continuo desorden en la ciudad. Grupos disidentes gritaban contra "los tiranos", "las contribuciones" y pedían "la disminución de las atribuciones del Director Supremo", "cambio del Ministerio" y "la injerencia del Cabildo de Santiago en el nombramiento de los secretarios de Estado".

Entre esta multitud exaltada se encontraba Manuel Rodríguez junto a Gabriel Valdivieso, joven inquieto y atrevido que no desaprovechaba oportunidad para demostrar su descontento con el general O'Higgins. Ambos jóvenes protagonizaron luego un incidente que tuvo dramáticas consecuencias para el guerrillero.

¡A Caballo Por El Palacio De Gobierno!

El Cabildo nombró una comisión, formada por Agustín Vial, Juan José Echeverría y Juan Agustín Alcalde, para que comunicaran a O'Higgins las exigencias del pueblo. Mientras el Jefe de Gobierno recibía en el Palacio a los comisionados del Cabildo, se escuchó un gran estrépito producido por gritos y sonidos de cascos de caballos. Manuel Rodríguez y Gabriel Valdivieso se habían introducido al Palacio montando sus cabalgaduras, seguidos por una multitud bulliciosa. Rápidamente la guardia presidencial detuvo a Rodríguez y a Valdivieso y disolvió a los revoltosos. Condujeron a los detenidos hasta el cuartel de San Pablo, ubicado en la calle que aún lleva ese nombre (esquina de Teatinos).

Una vez más, Rodríguez se encontraba prisionero. Su temperamento impetuoso y el profundo dolor que le produjo la ejecución de los hermanos Carrera, lo impulsaron a desafiar abiertamente a la autoridad, sin pensar en las consecuencias. Este acto de Rodríguez sirvió de pretexto para que la asociación secreta Logia Lautarina lo condenara a muerte.

Veredicto Implacable

La Logia Lautarina fue creada por San Martín en 1812, en Buenos Aires, con el fin de trabajar activamente por la Independencia Americana. Actuaba en forma secreta y eficaz y pronto se extendió a Santiago, adquiriendo poder. Sin autoridad legal, ejerció influencia en los acontecimientos. Implacable contra sus enemigos y escondida en el anonimato, la Logia se ganó el rechazo de muchos patriotas.

Manuel Rodríguez, que se movía independientemente de acuerdo a su propio temperamento y espítitu inquieto, pronto se trasformó en una molestía.

A medida que el Guerrillero se hizo más popular, se decidió buscar la forma de eliminarlo. Y la ocasión se presentó propicia a raíz de la irrupción del caudillo en el palacio de gobierno y su posterior encarcelamiento.

Obra, Obra, Obra, Vente, Vente...

Preso en el cuartel de San Pablo, Manuel Rodríguez se encontraba custodiado por una compañía del Batallón Cazadores de los Andes, al mando del teniente coronel argentino Rudecindo Alvarado.

Cuentan que no obstante las precauciones que se tomaron para vigilar a Rodríguez, él lograba burlar la autoridad de Alvarado y sobornaba a los oficiales que lo cuidaban durante la noche para que le permitieran realizar pequeños "paseos" por la ciudad: "Por las noches, Rodríguez cambiaba el uniforme por un espeso poncho y su sombrero militar por uno de anchas alas. Vestido de civil se paseaba hasta la madrugada y dando su palabra de honor al oficial de guardia alcanzaba hasta sitios alegres y a otros donde lo aguardaban los amigos..." "Son las últimas horas de libertad y muy pronto no respirará más el aire familiar de las calles dilectas"

Aunque encarcelado, Manuel Rodríguez no descansaba y escribió una carta a su amigo Carlos Cramer pidiéndole que fuera a su lado. Decía: "Obra, obra, obra. Vente, vente, vente y vuela, vuela Ambrosio al lado de Rodríguez". El mensaje fue interceptado antes de llegar a su destino y, valiéndose de él, acusaron a Rodríguez de seguir conspirando en contra de las autoridades.

Después de estos hechos se realizaron misteriosas reuniones entre tres personajes: el teniente coronel Rudecindo Alvarado, el teniente Manuel Navarro, español al servicio del Ejército de los Andes, quien posteriormente jugaría un importante rol en la muerte del caudillo, y Bernardo Monteagudo, apodado "El Mulato", quien pertenecía a la Logia Lautarina y había participado en la muerte de los Carrera. Ellos tenían instrucciones precisas de la Logia, que ordenaba la "exterminación del coronel don Manuel Rodríguez por convenir a la tranquilidad pública y a la existencia del ejército". El comandante Alvarado comisionó a Manuel Navarro para que custodiara al prisionero y le diera muerte. A partir de entonces la suerte del héroe popular estaba echada y sus días contados.

Asesinado Por La Espalda

Aproximadamente diez días después de su arresto, Rodríguez fue sacado en la madrugada de la prisión, supuestamente para llevarlo a Valparaíso y de allí mandarlo al extranjero.

Partió la comitiva rumbo a Quillota por la cuesta Dormida y al llegar a San Ignacio se le acercó su amigo, Manuel Benavente. En un descuido de los soldados, Benavente le pasó un cigarrillo. Rodríguez a hurtadillas logró leer el mensaje aconsejándole huir en la primera oportunidad. "Huya Ud. que le conviene", decía Benavente.

El Guerrillero rechazó de plano la idea y a partir de ese momento pareció que presagiaba su muerte. Sus inquietos ojos negros se volvieron vigilantes. Buscaban a su asesino en cada uno de los soldados.

Sobre los pormenores de la muerte, el historiador Latcham cuenta lo siguiente: "Los jinetes avanzan y Navarro, indicando unas luces lejanas, convida a Rodríguez a visitar a unas "vivanderas" que cantan y bailan. El rostro del criollo se enciende y acepta la invitación.

Se aproxima entonces a Cancha del Gato, en cuyo margen se erguían unos maitenes y las famosas sepulturas indigenas del tiempo prehistórico.

Se alejan bastante del grupo de soldados que siguen a la retaguardia. La luna en menguante aún no había salido. Por todas partes los circundan las tinieblas y sólo a la distancia titilan las lucecillas que excitaban la sensualidad del Guerrillero.

De pronto un grito de Navarro vuelve a meter una idea trágica en el alma del infortunado preso.

¡Mire que ave tan extraña! grita Navarro y un pistoletazo quiebra la dormida calma del campo.

Una puntiaguda bala ha picado en el pescuezo. Al caer, Rodríguez grita:
- ¡Navarro, no me mates! ¡Toma este anillo y con el serás feliz!
El soldado Parra Y el cabo Pedro Aguero "rematan al tumbado jinete, descargándole a boca de jarro las carabinas. Después lo arrastran hasta un zanjón y lo cubren a medias con ramas de árboles y con piedras". El cadáver quedó abandonado, a un lado del camino".

Pedro Aguero fue encargado de informar que el prisionero había sido muerto al tratar de escapar.

Los asesinos de Rodríguez nunca fueron castigados. En el primer momento se puso preso a Navarro, pero pronto salió libre sin que se hubiera realizado un proceso serio que tratara de aclarar la verdad.

"El día 30 hizo Alvarado levantar un inventario de las ropas de Rodríguez". Se halló una chaqueta verde bordada con trencilla y una camisa, ambas agujeradas y empapadas de sangre. El reloj de Rodríguez fue regalado a Navarro por Alvarado. Más tarde fue vendido por el victimario al coronel Enrique Martínez. Las otras prendas y el dinero del muerto se repartieron entre los que secundaron el asesinato".

El Unico Testigo

El asesinato fue presenciado por el joven campesino Hilario Cortés, quien escondido entre la vegetación fue involuntario testigo del drama. Todavía horrorizado por lo que había visto y sin poder borrar de su mente la imagen del caudillo moribundo, corrió a dar aviso de lo sucedido a las autoridades de Til-Til.

Su Tumba: Un Misterio
Cinco días después del asesinato, el juez de Til-Til, Tomás Valle, muy amigo de Rodríguez, fue informado de que el cuerpo estaba siendo devorado por avés de rapiña. Resolvió dejar de lado temores y brindar al Guerrillero cristiana sepultura.

Una helada mañana de junio Tomás Valle partió con sus trabajadores Hilario Cortés, uno de los testigos del crimen, y José Serey y metió en un capacho de cuero los restos ya desarticulados. Ocultos, los llevó luego a la capilla del pueblo y allí el cuerpo fue sepultado, sin cajón, en el centro del presbiterio.

Tomás Valle juramentó a sus trabajadores para no decir jamás una palabra, por temor a represalias de las autoridades de Santiago. Desde entonces se hizo silencio sobre la tumba de Manuel Rodríguez. Quizás una que otra pregunta... sin respuesta.

Tomás Valle, al morir en 1832, fue sepultado en el mismo presbiterio. Allí también se enterraría más tarde al vicepárroco de la capilla, de apellido Figueroa.

Entre los papeles del difunto Valle, sus hijos encontraron un mensaje de su puño y letra escrito en papel de fumar: "Si alguna vez se buscan los restos de Manuel Rodríguez, sépase que fueron enterrados por mi en la capilla de Til-Til en el presbiterio".

76 Años Más Tarde

Pasaron desde la noche del entierro, 76 años. En 1894 Enrique Allende, Justo Abel Rosales y Abelardo Carvajal, solicitaron al gobierno de Pedro Montt se les autorizara exhumar los restos. "Podemos precisar ya el punto tan buscado donde yacen aquellos preciosos restos", señalaron.

Una vez autorizados, formaron el "Comité Popular Manuel Rodríguez", el que se encargó de interrogatorios minuciosos a todos los vecinos de Til-Til, descendientes, parientes o que algo tuvieran que ver con la sepultación. De sus averiguaciones da cuenta el historiador Jaime González Colville: "Algunos testimonios corresponden al nieto de Tomás Valle, Bernardino Concha, quien refirió haber oído a su abuelo del asesinato de Rodríguez y de su sepultación en Til-Til. Además, narró Concha que su abuelo contaba que "una ventana que existía en la pared norte del presbiterio, cuando para ese lado no existía la pieza actual de la sacristía, permitía entrar el sol hasta la sepultura de Rodríguez en las horas del mediodía y esto era fijo..."

Dijo además este testigo que sólo tres hombres estaban enterrados en la capilla su abuelo Tomás Valle al norte; Rodríguez al medio, y un padre Figueroa, al sur.

Estas declaraciones fueron confirmadas por la hija de Tomás Valle, Ursula. Ella también había oído a su padre narrar lo mismo en la intimidad del hogar.

Testimonio importante fue el de Domingo Martínez, vecino de Til-Til, quien dijo haber recibido el encargo, en 1854 aproximadamente, de efectuar trabajos en el presbiterio de la capilla de Til-Til, los que hizo en compañía de Manuel Valdivia. Al remover el citado presbiterio, hallaron un cadáver medio destrozado, con pocos pedazos de ropa, pero que conservaba pantalones que le parecieron de color oscuro o azul, ya deshaciéndose; el cadáver estaba sin cajón y, suponiendo ellos se trataba de Manuel Rodríguez de quien habían oído hablar, consiguieron unas tablas y las colocaron sobre los restos a manera de ataúd.

Cuarenta años más tarde, el 10 de junio de 1894, se abrió el lugar señalado en presencia de la comisión. A las pocas horas apareció el cuerpo.

Junto a los huesos se encontraron restos de una casaca, compuestos de cordón distintivo de los Húsares y trozos de la armadura interior del traje militar.

Este hallazgo ha sido motivo de polémicas, ya que los relatos históricos describen a Manuel Rodríguez vestido con camisa blanca y poncho de color cuando fue asesinado.

Una vez exhumados los restos, fueron sometidos al examen de una comisión oficial integrada por Diego Barros Arana, Ramón Sotomayor, Luis Montt y Gaspar Toro.

Las pruebas fueron juzgadas insuficientes. Pero los despojos encontrados en el presbiterio de la capilla de Til-Til y guardados como tesoro precioso, habían sido puestos en una urna cerrada y lacrada. El 25 de mayo fue trasladada al Cementerio General, donde se encuentra hasta hoy día.

Presunto Matrimonio

Manuel Rodríguez fue el romántico por excelencia. Su gallarda estampa atraía las miradas de todas las muchachas de su tiempo; pero el traqueteo incesante a que le obligaban sus actividades de guerrillero no le permitían detenerse. No obstante, es probable que haya contraído matrimonio con doña Francisca de Paula Segura y Ruiz, hermosa joven nacida en Santiago el 25 de enero de 1782, cuya familia era propietaria de tierras en Pumanque, al interior de San Fernando.

De esta unión nació un hijo, Juan Esteban Rodríguez Segura, que más adelante casó con doña Carmen Herrera Gallegos. Al enviudar, contrajo nuevas nupcias con su cuñada Ignacia. En el acta de este matrimonio, don Juan Esteban declara ser hijo legítimo de don Manuel Rodríguez, y así lo consigna el párroco de la iglesia San Lázaro el año 1855, lo que demuestra que el sacerdote debió constatar primero dicha legitimidad.

Francisca Segura falleció a los 92 años y en la partida de defunción de la parroquia Pumanque (fojas 161, año 1874) se deja constancia de que era viuda de Manuel Rodríguez.

Don Juan Esteban Rodríguez dejó numerosa descendencia, entre la cual destacó don Juan Esteban Montero Rodríguez, que fue Presidente de Chile.


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