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Revista "Madre Tierra"

viernes, 20 de septiembre de 2013

Algo de Historia: Nuestras Batallas, Pozo de Vargas

Combate del Pozo de Vargas


Coronel Felipe Varela (1819-1870)
El 10 de abril de 1867 se produce en las afueras de la ciudad de La Rioja, en Pozo de Vargas, la batalla entra las fuerzas de Felipe Varela y las del mitrista santiagueño Antonino Taboada.  Varela se presenta con sus batallones: “Peñaloza”, “Varela”, “Riojano” y “Urquiza”, y su bandera de seda mitad punzó, mitad blanca, ostenta el lema: “Federación o Muerte”  ¡Viva la Unión Americana!  ¡Viva el ilustre Cap. Gral. Urquiza!  ¡Abajo los negreros traidores a la Patria!.
La historiografía oficial, que ha calificado siempre de “salteador” a Varela, restándole importancia histórica al caudillo y a su pronunciamiento, no ha dejado, sin embargo, de rendir un culto especial al recuerdo de este hecho de armas.
Ese culto, aún en su versión mitrista, demostraría a “contrario sensu” que la “victoria” de Taboada sobre Varela, al ser festejada y recordada con tenacidad tan sostenida por la oligarquía, que el pronunciamiento de Varela afectó y atemorizó grandemente al mitrismo.  De allí la periódica, comprobable y nunca desmentida insistencia en recordar el “triunfo”.
Existe un elemento de importancia, que puede servir de hilo conductor para desentrañar la real significación del pronunciamiento montonero, y a la vez confirmar la razón histórica de la sistemática deformación, que, concientemente, hizo del mismo la historiografía oficial.  Con esta efemérides, la oligarquía no se propuso simplemente “conmemorar” una victoria armada.  Frente a las razones que le impidieron deformar totalmente lo ocurrido, y que se analizan más adelante, la historia oficial se vio obligada a crear, simultáneamente, una leyenda, para poder explotar a su favor la “derrota” de Varela.  De esa manera, no sólo se distorsionó la realidad militar del importante hecho, sino que también se invirtió la adversa y unánime tradición popular favorable a Varela, dándole al mismo un contenido romántico propicio al mitrismo.
Según esta versión oficial, que la obsecuencia de los repetidores –salvo contadas excepciones- acepta con absoluta e interesada despreocupación crítica, vale decir, sin ningún interés por la verdad histórica, Varela no fue vencido militarmente en Pozo de Vargas, sino que habría sido derrotado “musicalmente”.  Siempre de acuerdo a esta versión, al comenzar la batalla, Varela se imponía sobre las fuerzas de Taboada.  Advertido éste de la derrota cercana, habría ordenado a la banda que lo acompañaba, que supliera con música, la supuesta falta de cañones.  La banda catamarqueña de Taboada habría ejecutado la “Zamba de Vargas”, y al oír sus compases, los infantes de Taboada “reanimados” por el estímulo musical, estrecharon filas, poniendo en fuga a los hombres de Varela.
Esta historieta tuvo buena acogida en la historiografía liberal.  Varela es conocido musicalmente como el “derrotado en Pozo de Vargas” por los santiagueños de Taboada, gracias a la ejecución de la “zamba de Vargas”.
De esta manera, no sólo se presenta el enfrentamiento en Pozo de Vargas, como un choque entre riojanos y santiagueños, desapareciendo todo el contexto real y las banderas efectivas que los dos sectores llevaban al combate, sino que la derrota de Varela se esencializa, digámoslo así, en un tema folklórico inspirado en una “simpática” tradición popular.  La mentira queda así encubierta por la charlatanería histórica ataviada de tradicionalismo, que silencia también, por supuesto, la existencia de los fusiles “Sharp” mandados por Sarmiento desde EE.UU, en poder de las tropas de Taboada.
Ni los investigadores del folklore, también ellos dependientes del aparato cultural oficial, se molestaron en verificar seriamente el origen y contenido apócrifo de esta versión.  No hacemos referencia aquí, ni siquiera a la necesidad que tenían de revisar la historia cristalizada del mitrismo o de documentarse acerca del hecho histórico.  Hubiese bastado con que aplicando el sentido común, revisasen la versión “legendaria” de la batalla.  Con ese simple procedimiento lógico, habrían caído entonces, en la comprobación de que al borde del desastre atropellados por los temibles montoneros, improvisar una zamba de tal efecto combativo, que pudiera en una suerte de terapia bélico-musical, invertir el resultado de la acción, resulta totalmente imposible.
Ya este “a priori” de crítica interna descalifica a la fuente.  La investigación de la misma, en efecto, verifica su falsedad.  En primer lugar, ambos ejércitos tenían sus respectivas bandas.  Además, era norma tradicional ejecutar música antes de comenzar la batalla.  La banda de Varela lanzó al aire los sones de una zamba con cierta influencia lugareña de zamacueca chilena, que por otra parte no era improvisada, sino aceptada en las filas montoneras desde el comienzo del pronunciamiento:
A la carga, a la carga
dijo Varela
salgan los laguneros
rompan trincheras, ¡si!
vamos al verde
porque las esperanzas
nunca se pierden.
……………………….
Rompan trincheras, si,
dijo Elizondo,
aura pues laguneros
de dos en fondo.
De dos en fondo, si
dice Guayama
a la plaza muchachos
tengamos fama.
En todas las áreas culturales folklóricas del noroeste argentino, se encuentran sintomáticas variaciones de esta zamba de Varela.
La banda  de Taboada contestó con una chacarera, conocida precisamente como “chacarera de los Taboada”, que tampoco era una improvisación:
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! i chacarera
chacarera de La Rioja
en Santiago también la bailan
después de tomar aloja.
………………………..
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! i chacarera
chacarera de los Taboada
zapatea fuerte y diles
¡y también soy de Taboada!
………………………..
Aún en Santiago, pago de Taboada, donde se recogió, lógicamente la falsa versión “histórico-musical”, se registraron posteriormente, testimonios de lo en verdad ocurrido.  Hasta los “amigos de los Taboada”, conocían la “zamba de Vargas como “zamba de Varela”.
De cualquier manera, lo fundamental históricamente considerado, es que la música nada tuvo que ver con lo ocurrido en el campo de batalla.  La ridícula miscelánea mitrista cumplió empero una función útil: presentar a “Pozo de Vargas” como una derrota de Varela.  Y logró además, que ésta se recordara perpetuamente, bajo “formas musicales”.
Aún en nuestros días, por el mismo camino metodológico, se presenta a Felipe Varela, en zambas para consumo del Barrio Norte porteño, como un asesino y azote del noroeste argentino.  Y lo mismo acontece, en Salta por ejemplo, en consonancia con el pensamiento antivarelista de la oligarquía salteña.
Por eso es necesario examinar fidedignamente lo que ocurrió realmente en Pozo de Vargas.
Comenzaremos por ello, con el relato de la batalla en su “Manifiesto”: “El 2 de abril emprendí mi marcha con dirección a La Rioja, resuelto a dar una batalla campal.  La decisión de mis soldados, el entusiasmo que reinaba en todos ellos, su conocido valor, me hacía ver el triunfo cierto de mis armas, por más que fuese doble el número de los enemigos.  Unas cuantas leguas antes de llegar a La Rioja, donde el enemigo me aguarda parapetado, se encuentra una estancia llamada “Las Mesillas”, punto donde precisamente debía refrescarse algunas horas mi tropa, proveyéndola de agua para ir luego a empeñar el combate.  A uno de los jefes de más alta importancia de La Rioja, había encargado hiciese proveer de agua las represas de la mencionada estancia, porque sin ese elemento, en todo el rigor de los ardientes soles, era imposible conducir el ejército a la pelea, so pena de hacerlo morir de sed.  Nunca pude yo dudar de la integridad y honradez de un hombre de alta posición social, Coronel de la Nación, antiguo y constante partidario de la causa que yo defendía.
“Cualquiera en mi lugar hubiese hecho igual confianza que yo en ese personaje de buenos antecedentes, a quien no nombro, porque no se me atribuya que el espíritu de venganza me lleva a infamar nombres propios.
“Ello es que el mencionado Señor a quien había yo encargado accidentalmente del estado mayor, porque el propietario entraba a mandar el costado derecho en la batalla, me dio parte de estar todo listo y dispuesto como para que acampara el ejército.  En esta convicción, aunque mal municionado, si se quiere, emprendí la marcha en busca del enemigo.
“El 10 de abril, a las tres de la mañana llegué a las “Mesillas” a tres leguas y media del enemigo, cuyas avanzadas se batieron ese día, y fue terrible mi sorpresa al no hallar en las represas una gota de agua para mi gente y para las caballadas, cuando todos venían ya acosados por la sed.  Contramarchar al frente del enemigo no me era posible, pues otra columna me acechaba desde Catamarca, y me imponía que el enemigo que dejaba me picase la retaguardia y me tomasen entre dos fuegos.  Tuve indispensablemente que presentar batalla en ese día, so pena de arruinar por completo mi ejército.  Así fue que a la una de la tarde desplegué la columna en batalla sobre el enemigo, que ocupaba una posición ventajosa, parapetado tras los cerros y en un terreno sumamente fragoso, de modo que no podían obrar las caballerías sobre las infanterías enemigas.
“Tres soldados chilenos, sofocados por el calor, por el polvo y por el cansancio, espiraron de sed antes del combate.
“Al segundo disparo de mis cañones, huyeron las caballerías enemigas, yendo en su persecución las mías de tal modo enceguecidas, que cuando mis infanterías necesitaron protección, apenas había un pequeño regimiento de reserva con que dársela, el que no podía obrar por los inconvenientes del terreno.  El campo y las filas enemigas, sin embargo, habían sido cortadas por todas partes por mis valientes, de manera que el convoy del general Taboada, jefe de las fuerzas enemigas, fue sacado por mis soldados del centro mismo de sus infanterías.  El fuego, mientras tanto, era vivísimo, hasta que a las oraciones, mi ejército estaba deshecho, como el del enemigo y si bien no había sufrido una derrota, comprendí que el triunfo por mi parte en esos momentos era imposible.
“En estas circunstancias, al anochecer, los ecos de las trompas enemigas rasgaban el aire tocando reunión general, porque sus ejércitos estaban desorganizados, y sus voces se confundían con mis cornetas que también tocaban reunión.  Los fuegos pararon, sólo se oían los gemidos de los heridos, cuando emprendí mi retirada de nuevo al campo de “Mesillas” con 800 y pico de hombres, dispuesto a dar una tentativa al día siguiente, pues el fuerte aguacero que se desarrollaba en esos momentos, me facilitaba el agua para refrescar mi tropa.  La noche fue crudísima, el agua caía a torrente y los tiros de los disparos se oían por todas partes.  Algunos jefes cobardes que huyeron a Chile, esparcieron el terror en mis soldados durante la noche, diciéndoles que el enemigo nos perseguía.  Cuando amaneció el día siguiente me hallaba sólo rodeado de 180 hombres, unos sin armas, otros con armas inutilizadas, y ya toda tentativa de ataque, por mi parte se hizo imposible, absolutamente imposible.  Sin embargo, envié algunos jefes de mi confianza a ciertos puntos de reunir dispersos, indicándoles Jáchal como punto de reunión, para volver a reorganizarnos.  Tal es el desenlace de la batalla de Pozo de Vargas, en La Rioja, en diez de abril de 1867, que costó a los beligerantes 700 muertos”.
Pero es necesario completar el relato de Varela –en el cual el episodio musical, por habitual e intrascendente lógicamente no aparece- con la versión de sus adversarios, para aclarar cómo ocurrieron verdaderamente los sucesos.  El 23 de abril de 1867, desde Rosario, Melquíades Salvá, le escribe al Gral. Urquiza: “Mi estimado General y Amigo: Adjunto a V.E. un boletín publicado en ésta con noticias de las Provincias.  Se que el Ministro de la Guerra espera confirmación de ellas.
“También transcribo lo más importante de la correspondencia que también recibo de Córdoba.  Yo me encuentro mareado con todo esto de noticias, tan contradictorias.
“Córdoba 18 – El hecho de armas de La Rioja se conoce ya suficientemente.  Horas después de salir la diligencia fui informado satisfactoriamente, Varela se destacó con algunas fuerzas de Caballería e Infantería sobre la Ciudad donde estaban los Taboada, con un ejército de dos mil y tantos hombres y en su mayor parte infantería pues Campos al volver a Catamarca había dejado su infantería que se incorporó a la Columna del general Taboada.
“Salió éste a la altura de 18 cuadras de la plaza y esperó al enemigo en un paraje llamado “Pozo de Vargas” antigua bebida para las ansias que vienen a la Ciudad, y que por lo mismo tienen en su contorno una explanada a obra que ofrecía espacio, aunque no extenso para tender alguna línea de fuerza, con la ventaja de poder resguardar los flancos y retaguardia por los cercos y montes de Talares y Espinillo que abundan allí; digo cercos, porque alcanzan ese punto de los suburbios de la Ciudad.
“El enemigo cargó con tal audacia y tenacidad, especialmente a la Caballería Santiagueña, que muy luego fue puesta fuera de combate muriendo en la pelea el jefe principal y más distinguido por sus calidades, el Comandante Albornoz”.
“Desecha la Caballería Santiagueña y apurada la infantería, recurrió éste a la formación de los grandes cuadros para resistir.
“En este estado una columna enemiga que operaba por retaguardia cayó sobre los bagajes, y no escapó objeto alguno del convoy: todo se lo llevó dejando al Ejército Nacional sin más que el uniforme que vestía y las armas con que peleaba.  El equipaje del general Taboada, entró en el botín.
“Realizada esta operación, y por ostentar sin duda alguna otra mira, vino a ocupar la ciudad Carlos Alvarez, con los escuadrones de su mando hizo abrir los templos para que salieran las familias que se habían refugiado allí: estuvo de felicitaciones y en contacto con el vecindario que lo saludaba como a vencedor.  Una hora permaneció en esa confianza, esperando que rendidas las infanterías santiagueñas como el suponía que debía suceder en los momentos que se desviaba del campo de batalla para entrar a la plaza; pero que advertido por el toque de los tambores que se concentraban aquellas a la plaza en retirada, la desocupó y se marchó a replegarse a su ejército, como lo verificó sin que nadie lo estorbase, porque tampoco había quedado enemigo a caballo.
“El resultado del combate fue que Varela no pudiendo vencer la resistencia de las infanterías contrarias, por la superioridad numérica, y por las desventajas que la localidad le proporcionaba sobre las que tiene consigo esta arma servida por fuerzas bien disciplinadas, se dio por satisfecho con haber derrotado la Caballería y apoderado del Convoy y bagajes, sin dejar nada que se contenga en la significación de estas palabras, y se retiró a cinco leguas de la Ciudad donde sentó sus reales, tranquilo pues no había enemigo que pueda buscarlo.
“Esta relación la hacen varias cartas de personas de la Ciudad, y entre ellas un tal San Román, tío del que fue Gobernador, y D. Cesario Dávila,  liberales notables.
“Agregan que se retiró Varela con 200 y tantos infantes chilenos.  Se comprende que traería a la pelea aquellos 300 infantes que tenía, pasados del otro lado de la Cordillera hace algún tiempo.
“Carlos Angel había quedado con el resto del Ejército Riojano en un punto del Departamento de Arauco cuyo nombre no recuerdo.  Chumbita venía volviendo de Catamarca, población rayana con La Rioja.
“La posición del Ejército Santiagueño, es como se comprende, muy crítica después de haber perdido sus Caballerías, o la mayor parte de ellas y su convoy y bagajes, pues en La Rioja no tienen como reponer esas pérdidas, ni puede esperar recursos, porque para el lado del Norte están interpuestas las fuerzas enemigas, y al Sodoeste, o rumbo a San Juan, están los llanos con sus horribles travesías.
“Me dicen que a otro rumbo de la Capital hay algunas estancias, pero se supone se habían agotado los recursos que ellos hayan tenido, durante la permanencia de las fuerzas expedicionarias.
“Volviendo a la historia del Combate, algo se confirma por el temor del parte mismo del General Taboada, o por el Comentario a que se presta.
“Se ve que él ha quedado en las posiciones porque su infantería era superior a la del enemigo.  Ha sucedido lo que sucede siempre en casos semejantes que la infantería, o pereció toda, lo que es rarísimo, o queda en el campo o cerca de él, o se rinde cuando hay poder bastante para ello.
“Probablemente será sitiada la división Santiagueña, y se verá obligada a retirarse como pueda…”.
En la batalla de Pozo de Vargas, se produjo una situación bastante común en la lucha montonera.  Los hombres de Varela privaron del parque a Taboada, representante del mitrismo.  También ocurrió que lo dejaron sin caballería.  Episodio bastante “lamentable”,  para un “vencedor oficial”.
Pero es también exacto que Varela no logró su objetivo principal: dominar La Rioja.  Del relato de Varela surge un dato fundamental: la sed, la falta de agua en el ejército montonero.  Ni el mejor armamento de Taboada, ni su ventaja numérica podrían ser suficientes motivos de la derrota del caudillo americano.  Sólo la sed sería su vencedora.
Es necesario señalar, sin embargo, que todos los testigos partidarios de la oligarquía de Buenos Aires entendieron que Varela había sido el vencedor en la batalla.  Sólo Taboada “escapó” a ese realismo bélico.  Porque si bien, en el concepto tradicional, quien se retiraba del campo de batalla era el vencido, y el que quedaba, el vencedor, la técnica guerrillera montonera, había alterado esos conceptos.
No escapaba en cambio, a los testigos y observadores políticos, que Felipe Varela había dejado sin parque y sin caballería, al general de la “Cotton Supply Association”.  Fue la dudosa situación planteada en Vargas la que llevó a Taboada a explotar políticamente la mentirosa leyenda de la “zamba de Vargas”, tranquilizante musical de la “conciencia histórica” de la oligarquía, y antecedente útil para su candidatura presidencial, que no se concretaría como él deseaba.
Pero Varela experimentaría, en Vargas, una pérdida grave: su compañera Dolores Díaz caería en poder de los Taboada.


Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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