Nuestra primer portada

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Revista "Madre Tierra"

lunes, 29 de septiembre de 2014

Raúl Carnota


Salamanca, llévatelo: el adiós a un músico de culto.-
"Cuando me pille la muerte, la voy a esperar/ cajoneando fuerte el bombo, la hago bailar/Salamanca, llévatela."
Habrá sido por esa maravillosa música que nos regaló que Tata Dios se lo llevó con él, para escucharlo cantar "Sólo luz" ("Sólo quiero luz para andar y andar/ mezclado entre nubes voy a encontrar mi soledad.") O habrá sido el Diablo que lo andaba buscando, por un "Pecado de juventud", algún "Grito santiagueño" o la mala broma que le jugó al demonio "Salamanqueando pa'mí" ("El diablo me anda buscando no me encontró, parece que yo le debo un alma o dos. Salamanca, llévatelo"). La vida es misterio y el misterio se llevó ayer a Raúl Carnota. Tenía 66 años.
Nació en Buenos Aires, se crió en Mar del Plata y se hizo grande en todo el país; viajando, componiendo y cantando. Incluso en los Estados Unidos, durante una estada no muy larga, y con algunos viajes a Europa donde se conectó con la música del País Vasco. Porque Raúl era músico a secas, aunque se lo conoció como folklorista. No era alto, pero había alcanzado, con muchos de sus versos y sus melodías, la estatura artística de Cuchi Leguizamón, Ariel Ramírez, Manuel Castilla, Jaime Dávalos y Eduardo Falú. Claro que lo hizo de otra manera porque era de una generación diferente. Sus canciones llegaron a Mercedes Sosa y a Ryuichi Sakamoto, y a una camada de jóvenes que, desde los años ochenta, encontraron en el folklore una manera de verse reflejados. "Toqué todo lo que te puedas imaginar -decía-. Y, en realidad, porque soy porteño y por la generación a la que pertenezco debería ser un músico de rock. Pero me gustó esta música. Es la que elegí porque era donde había lugar para inventar."
Comenzó a ganarse la vida como guitarrista. Anduvo de gira con Adolfo Ábalos (el abecé del folklore) durante una magnífica serie de conciertos que daba con otros dos genios, "Mono" Villegas y Horacio Salgán, en un espectáculo que se llamó El piano en tres dimensiones. Eran los años de un Raúl veinteañero, ávido de jazz, de folklore y de salir a la ruta. De todo lo aprendido e inspirado en esos tiempos, una década después empezó a brillar con luz propia y grabó, durante los ochenta, varios discos que marcaron una nueva etapa y una nueva estética para el folklore argentino. Primero con Suna Rocha, con temas como "Grito santiagueño", "Coplas sin luna", "Gatito e' las penas", "Pecado de juventud", "Cuando muere el angelito" y "Salamanqueando pa'mí". De esa época es el maravilloso trío que compartió con el pianista Eduardo Spinassi y el percusionista Rodolfo Sánchez. Juntos fueron hacia una proyección folklórica diferente a la de los sesenta. Sin embargo, Raúl no la consideraba renovadora, sino, simplemente, otra estética.
En los noventa publicó otros tres discos y así se terminó de instalar en el trono de "músico de culto". Carnota influyó a varios músicos de las generaciones que lo sucedieron y a tantos intérpretes que grabaron su música.
En los últimos meses, a Raúl lo aquejaron severos problemas de salud. Tuvo varias internaciones derivadas de pólipos de garganta y de una enfermedad pulmonar crónica. Quien haya sido el responsable -Tata Dios o el Diablo- afortunadamente no se llevó ese cancionero bello e iluminado que Raúl nos regaló y esas versiones de temas de otros autores que, con tan buen gusto, supo seleccionar. Ojalá se cumpla su deseo: "Cuando muera, tal vez, mezclado con la tierra, florezca en vaina de algarroba en alguna primavera", dice aquel "Grito santiagueño".

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