Nuestra primer portada

Nuestra primer portada
Revista "Madre Tierra"

lunes, 6 de agosto de 2012

Leda Valladares



 

Leda al viento

El 13 de julio pasado murió en Buenos Aires Leda Valladares. Ahora que bastaba una pequeña, casi imperceptible, ráfaga para extinguir la llamita azul que animaba apenas su cuerpito ajetreado por los años, sumergida su conciencia en inexplorados abismos, es oportuno, una vez más, recordar que, en su momento, no hubo vendaval huracanado ni acérrima helazón que pudiera amortiguar el fuego enorme de su proyecto: recuperar para una modernidad vertiginosa y engreída las voces secularmente silenciadas de las bagualeras, vidaleras y cantoras que abrevan duras existencias en sigilosos manantiales y las vuelcan visceralmente airosas en sus carnavales.
A lo largo de su vida, Leda fue dejando de a poco a un lado poesía, jazz y filosofía para empecinarse cada vez más en dar a conocer el desgarramiento entrañable de ese grito revelador que acogía tanto coplas pícaras y sentimentales como desconcertantes sabidurías. No era que esa práctica iba a perderse si nosotros no la conocíamos. Hombres y mujeres que la han cultivado durante generaciones sin cuenta lo seguirán haciendo mientras la madre tierra les siga transmitiendo su respiración incesante y bienhechora. Y se la llevarán consigo cuando ella los acoja por fin en sus pechos de arena.
Éramos nosotros los que íbamos a perder, y sin saberlo siquiera, si nuestra occidental ceguera dejaba que el viento se llevara los ecos finales de ese canto.
Leda no dejaba de ser hija de su tiempo. Incluso hija de su clase. Pero hija indócil. “Rescatar” las “supervivencias” culturales de la “inocencia” campesina antes de que se borraran definitivamente esas huellas de las “raíces” de la “identidad” era un objetivo que conducía los ya para entonces añejos esfuerzos de la folklorología, esfuerzos que ella bien conocía y, en algunos casos, admiraba. Lo que diferenció a Leda, como a Violeta Parra en Chile, de los recopiladores tradicionales es que, en lugar de coleccionar el canto para guardarlo en museos, registrarlo en cancioneros y ofrecerlo a las miradas como un resabio inspirador, lo hizo carne propia hasta sentir en sus propios huesos su vida aleteante y aspiró a darle cauce al río emocionado de sus latidos. Quiso, hizo, que se incorporara, con su jadeo y su alegría, con su corazón y su quejido, con su músculo y su esperanza, a la cultura contemporánea de una sociedad que lo había ignorado durante siglos. Como dice Sergio Pujol, “al cantar para aquellos oyentes jóvenes y urbanos, Leda devino finalmente en coplera auténtica”. Quiso quizá mostrar, incluso, cuan timorata, frívola o banal puede llegar a parecer, en el contraste, mucha pretenciosa vanguardia.
Este afán puede vislumbrarse ya en las tempranas grabaciones de Leda y María, antes de que su compañera de europeas aventuras eligiera otros rumbos. Pero emerge, sobre todo, en la alianza íntima con los roqueros de los 80 y los 90. Leda intuyó afinidades no claramente comprendidas, pero mucho más profundas que las de un mero paternalismo salvacionista, por las cuales Fito Páez, Pedro Aznar, Gustavo Ceratti, León Gieco, Gustavo Santaolalla, entre otros, se sintieron atraídos y se incorporaron militantemente a su proyecto.
Queda la obra de Leda Valladares en su mapa musical argentino, en su América en cueros, en sus gritos en el cielo. Pero más profundamente está en la multiplicada vigencia que alentó a través de esos entendimientos culturales, la expresiva continuidad del canto precipicio que sigue sonando ahora que ella, arrastrada finalmente por el viento, ha vuelto a la madre tierra que amó tanto.
Ricardo J. Kaliman

No hay comentarios: