El artista celebró sus dos décadas en el Festival de Cosquín con un lleno total, en el cierre de la Primera Luna en la Próspero Molina. Furor, coros totales y emotividad.
Noche fría y lleno total en la Plaza Próspero Molina, en el adiós de la Primera Luna del 58° Festival de Folklore de Cosquín. A la 1.20 el locutor oficial Claudio Juárez pide palmas y afirma: “La plaza está colmada con bailarines y con duendes”. Enseguida llegará Abel Pintos para cantar y conmemorar sus veinte años, aquí, con visión abierta de musicalidad. No será un concierto sólo de folclore, de raíz folclórica, baladas románticas o pop. Hará un concierto de música popular argentina.
El aroma a carne y choripán envuelve a la Próspero Molina cuando Juárez anuncia: “El país entero está esperando este momento”. Lee con sus compañeros Nathalie Allende y Pablo Bauhoffer muchos de los carteles alzados en las butacas. Y eligen uno en particular: “A ver esos veinte años que se leen". Veinte años después del 25 de enero de 1998 -el debut local de Abel-, anuncian: "¡La Plaza, de pie, para recibir a Abel Pintos!”.
De saco negro y camisa en tonos grises, él se presenta así: “Muchas gracias por estos veinte años de oportunidades que me regalaron”. Y comienza a recobrar en orden cronológico 21 canciones de sus once discos hasta ahora. Su voz toma calor andino y bagualero con Fuego en Anymaná, de César Isella. Las chicas comienzan a vibrar.
Y en eso Abel se pone a llorar. Se tapa a boca con las manos, la cara roja, y el folclore regresó a su voz aquí en Cosquín. Conecta con la chacarera La flor azul, sólo guiado por la guitarra criolla y el bombo legüero del guitarrista Marcelo Predacino. En la conmoción a la potencia de las raíces folclóricas, Abel se mantendrá un largo rato. Coloca su voz casi en evocación forzada a la forma de cantar de sus 14 años. Y enseguida roza la zamba Cuando llegue el alba, desde un tono medio a los agudos del estribillo.
Habrá leves, casi imperceptibles efectos en la batería, un solo de bajo, y otra forma de mirar, desde el sonido de hoy, a la música popular. El silencio en la Plaza se eleva con él. “Cuando llegue el alba, viviré, viviré”. Del trance sale hablando Abel: “Vamos a tocar algunas canciones de cada disco que edité desde el 25 de enero de 1998, cuando me presenté por primera vez en Cosquín. Quiero dedicarle este concierto a León Gieco, que me dio la posibilidad de actuar esa noche y cambió mi vida”.
Salen los primeros bailarines con el retornado folclore de Abel: Para cantar he nacido, la chacarera de Horacio Banegas y Bebe Ponti. Esa que dice “pero cuándo canta el pueblo musicaliza mis venas”. ¿Cómo seguirá esta noche de música popular? Con Tonada del viejo amor, de Jaime Dávalos y Eduardo Falú. Canta “no tengo miedo al invierno con tu recuerdo lleno de sol”, en conexión con las letras nostalgiosas de muchas de sus canciones.
Lo folclórico persiste, pero cobra tonos pop y programaciones en Ojos de cielo, sin euforia (sí en las fanáticas). Se reserva para las que llegarán: el festejo peruano El Alcatraz, casi rockeado, y entonces Abel se pone a saltar y dar vueltas. Luna llena, bien acelerada en un acento afín al ska. Pero ocurre un instante ardiente en la madrugada sin calor: Sueño dorado, la primera canción que compuso, regresa con su voz acompasada al susurro de ocho mil personas en la Plaza Próspero Molina: "¡Sueño dorado del sol!".
Abel Pintos en su actuación en el Festival de Cosquín 2018.
Repite la frase en el agudo y todas y todos están allí consigo. Bailando con tu sombra, de Víctor Heredia, es un coro unánime en la Plaza, y Abel se entrega a escucharlas: “Ay, Alelí, pobre de mí”. Modifica algunas inflexiones de la melodía, aún en su midtemposin ansiedad, y toma la guitarra para otro punto emotivo de la noche: Tu voz. Entona apenas “por una gota de tu voz… en del desierto de mi corazón”. Y aguarda que las y los miles hagan su catarsis rumbo a lo que vendrá: el coro total.
¿Imaginan que la melodía que flota, reposada, se transformará en un reggae con bronces? ¿Sienten que el frío se aquieta con Quién pudiera, en el grito general, cuando Abel se mueve y gesticula sin disimular? Con estos hits la noche no se llega a congelar: se abre en La llave, esa canción de estribillo como un imán para las chicas y los chicos que, de todas partes de la Plaza, se paran para llevarse fotos en el celular.
Quizá muchos se sientan allí cuando él entona Todo está en vos, y regresa al escenario tras un solo de Marcelo Predacino salido de alguna balada de endulzado hard rock. Ahora, con remera roja y sombrero negro, ofrecerá Aventura, aún radiable y candorosa sin riesgo. Sí habrá más misterios liberados en No me olvides, y otra furia pop-rock en Reevolución. Otra de esas que ellas sabrán agitar, sin prever que lo que se viene es a capella: El Antigal. Un grito hondo y ceremonial. El silencio se volverá el nudo para, al fin, estallar.
En la última media hora de esta noche Abel elige los éxitos en garantía: Sin principio ni final, primero y, ya regresado del todo a su vibración pop, esa canción sobre el alma y la piel: Aquí te espero. En un alto dirá algo más. “Quiero dar las gracias a todos los festivales que me abrieron sus puertas después de ver a ese niño cantar”. Y dedica a “toda esta familia” una canción “sobre el amor que supimos construir en estos veinte años”. ¿Cuál? Motivos, con buena sintonía con el pulso de pop español de sus hits más nuevos.
Se aproximan las lentas despedidas en el aire serrano de la noche. En De sólo vivir suma palmas contra el frío (“de sólo vivir se trata mi vida. ¡Esto es así familia!”). Pájaro cantor, de su último disco 11, es un rápido divertimento para una melodía varios planos arriba: “Aquí te espero”. Y nadie se sentará ya hasta el final escuchando estos vientos de bronce detrás. Se oye otra vez hablando “del orgullo por toda la generosidad, y con el recuerdo por los que no están”.
Y a las 3.30 deja su saludo o rezo de siempre (que los fanáticos sabrán recitar) y elige su adiós pop para con él gritar Cómo te extraño: “Tú eres tú, y yo un bendecido con tu amor y con tu luz, que calma mi dolor”.
Abel Pintos en su actuación en el Festival de Cosquín 2018.
Amaga irse pero los locutores arengan bises tras lo protocolar. El intendente de Cosquín, Gabriel Musso, le entrega en el escenario una plaqueta dorada por sus veinte años y Abel jura, como una noche veinte años atrás: “No me voy a olvidar de Cosquín”. Y con Once mil dice “por mil noches más”, y señala al cielo negro con otra ofrenda celestial entre papelitos de colores para miles: A-Dios. “A Dios que te bendiga y a Dios que te acompañe, ¡con toda la fortuna y el amor!”.
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