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Revista "Madre Tierra"

martes, 24 de enero de 2017

Festival de Cosquín 2017: Raly Barrionuevo cerró una noche a pura fiesta y llena de folklore


Dino Saluzzi regresó a la plaza tras 30 años. Y brillaron Luciana Jury, José Luis Aguirre y Horacio Banegas, entre otros.
“Me emociona mucho compartir el escenario con semejantes artistas”, dijo y sonrió Raly Barrionuevo el domingo a las 4.30 de la madrugada, tras haber cerrado la Primera Luna del 57º Festival de Folklore de Cosquín, que este sábado expandió su propio nombre en la Plaza Próspero Molina. Porque reunió a artistas sustanciales que trascienden una idea estática de folklore y construyen músicas de raíz para el siglo XXI, sin concesiones.
Tras 30 años, regresó al festival Dino Saluzzi, el bandoneonista salteño con hondura jazzera. Le siguieron el dúo Orellana Lucca (consagrados en 2016), el cantautor cordobés José Luis Aguirre (que resuena para el Premio Consagración 2017), Luciana Jury, el santiagueño Horacio Banegas (tradicional y rockero a la vez), la Orquesta Los Amigos del Chango y el final fundamental con Raly Barrionuevo.
Y el público -en un 70 por ciento- conectaría en conmoción: escuchó sin aturdirse y también pudo danzar. ¿Por dónde comenzar a trazar la Primera Luna, un buen espejo de la música popular argentina sin clichés para batir palmas? La noche inicial, en que se homenajeó a los 50 años del Poncho Coscoíno ya desde el cuadro alusivo del Ballet Camin, demostró que hay -y se demanda- nuevo repertorio para testimoniar problemas de hoy como el desmonte de los bosques nativos, acuciante en Córdoba y en Cosquín 2017 (lo mencionó el cura párroco Roberto “Chobi” Álvarez, al bendecir el festival, a las 22).
Dos convicciones sobre el poder de la música (lo instrumental y la palabra), conectaron bien el sábado: Dino Saluzzi, quien marcó la renovación folclórica de los años 70, abrió Cosquín para mostrar su vigencia acústica e intimista junto a su familia de virtuosos. Sus zambas carperas dejaron bailar y fluyeron hacia las improvisaciones del jazz. Pero tras actuar, encendió una polémica destemplada: al descubrir a Orellana Lucca, en la TV Pública lanzó: “Eso no es folklore, es rock. El folklore es algo real y no para cualquiera”. Justo Saluzzi, un símbolo de aperturas sonoras, contra un símbolo de canto auténtico en chacareras y zambas con alma rockera. ¿Qué les quedaría a los grupos que gritan letras ardientes o celebran el machismo?
Lo perdurable del sábado, luego de Saluzzi, seguirá en las memorias de miles a ambos lados de la pantalla. Pasada la performance de Orellana Lucca, Luciana Jury, sobrina de Leonardo Favio, confirmó que su canto rupturista y desafiante es único, en versiones de Atahualpa Yupanqui (Zambita del caminante), de Raúl Carnota (Gatito e’ las penas), del local Chango Rodríguez, y hasta en su chacarera Cuando el amor se aproxima. Más tarde pasó la Delegación de San Juan, que actuó glorificando su pasado pero sin hablar de la minería a cielo abierto, algo bien actual en todo el país.
Y con Horacio Banegas junto a sus hijos Cristian “el Mono”, bajista erudito, y Jana, guitarrista con eléctrico swing, las chacareras rockeadas envolvieron a las parejas de la Plaza -gauchos y hippies- en un vibrante pogo sachero. Hasta que apareció el transerrano José Luis Aguirre (con su remera “Somos monte”) para detener el tiempo en sólo 20 minutos con sus canciones puebleras, su banda y los arreglos de vientos de Mauro Ciavattini y Susana Freisz. Hizo Milonga del Cerro Negro y luego una “chacarera hindú” para el bailarín que subiría con cinco más a escena; les dedicó un Huaynabalito a sus hijas y conectó el alma popular con el cuartetazo Tranquilo pero con fiesta (crítico y jocoso, liberador).
En eso su voz afinadísima logró el silencio absoluto: además de ser un avezado narrador oral, Aguirre es un poeta escénico tan formado como intuitivo. De su acervo, declamó el Poema de las estrellas conjurando memorias de los pueblos originarios, hambres y desafíos comunitarios para todos. Abrió los poros de la Plaza: ovación y un primer augurio para la Consagración 2017. ¿Qué le esperaba a Cosquín para soñar? Claro: dos horas con Raly Barrionuevo, su banda y su batería de chacareras atemporales y temas pensantes.
Cada una de sus letras con mirada política, explícita o universal (Chacarera del exilio, Somos nosotros, Ey paisano, o Famatina, junto al trío Toch, que dedicó a las asambleas contra la minería a cielo abierto), combinó el calor a los bailarines con su mensaje reciente en respuesta “a la falta de respeto” que sintió frente al comunicado que una cámara agraria local difundió y le dedicó a él por hablar públicamente en contra de la modificación de la Ley de Bosques. El debate sigue: las nuevas músicas populares están sin duda en movimiento. No necesitan gritos para hacer escuchar su propio canto.

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