Al cabo de andar tres décadas, Los Nocheros regresan mañana al festival que los puso en la gran escena nacional y los proyectó como una de los grandes figuras que marcarían el ánimo de la música popular argentina de los años ‘90.
En Cosquín, comenzó a suceder hace 24 años, y de aquella vertiginosa popularidad aún persiste una energía que los mantiene como uno de los imanes de los escenarios de las grandes reuniones.
Mario Teruel –uno de los cuatro integrantes junto a su hermano Kike, Rubén Ehizaguirre y a su hijo Álvaro (ingresó hace poco más de 10 años para reemplazar a Jorge Rojas)–, es uno de los que fue parte de aquel amanecer de sueños en alto y del fenómeno.
“Cosquín siempre tiene su cosquilleo. Es un escenario muy importante, a pesar de todo lo que pasa, de todo lo que dicen año tras año. Para nosotros, para todos los cantores, es un escenario que siempre tiene muchos desafíos”.
–Recordemos la primera vez.
–Fue en 1993. Íbamos a cantar y a guitarrear en la Confitería Real. Era nuestra base de operaciones. Había amigos como “el Toca” Pedraza que nos habían conseguido que subiéramos a cantar un tema en el domingo del cierre, como a medianoche. Con nosotros estaba “El Pala” (Enrique Aguilera). Cantamos La Cerrillana y explotó la plaza. Nos pidieron otras y ahí sí hicimos Al rojo vivo, una de las canciones nuevas que traíamos. Nos hicieron firmar un contrato para regresar en 1994 a cantar gratis. Y volvimos ya con Rojitas (Jorge Rojas).
–Había una discusión bárbara. Parecía que estaba entre Yamila Cafrune y Alberto Oviedo, y sus discográficas presionaban. Entonces, calculo que en un fallo tremendamente salomónico aparecieron Los Nocheros, que no teníamos compañía.
–Con ustedes funcionó ese poder mágico de Cosquín de señalar a un artista y ponerlo en la gran escena.
–Fue el trampolín: todo el mundo habló de nosotros. Desde ese día no paramos. Estábamos con Ariel Carrascosa de representante, y se unió Norberto Baccon. Los dos se peleaban para hacernos cantar, y nosotros estábamos fascinados de ir a todos lados.
–Debe haber sido muy fuerte encontrarse de pronto con esa dimensión del éxito, con multitudes en todas partes.
–Uno sueña con que te pasen todas estas cosas, pero nunca imaginábamos que con el primer disco se iba a armar tal revolución, que después se hizo más grande con el segundo, y aún más con el tercero. Cuando llegó Signos, ya estábamos hablando de una mirada hacia toda Latinoamérica con nuestras canciones. Íbamos y veníamos convertidos en megaestrellas con zambas y chacareras. El periodismo hablaba de folk–pop, folk–romántico, folklore–erótico, 10 mil rótulos.
–¿Y qué eran ustedes para ustedes mismos?
–Un cuarteto salteño que creció escuchando a Los Cantores del Alba, Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Los de Salta, los Tucu Tucu, Las Voces de Orán... y de todos teníamos un poquito, porque esa era nuestra información.
–Pero enseguida pusieron otro sonido en escena, con bajo, batería y polémica.
–Con ese asunto de ponerle la batería y el bajo, se armó. Pero nunca lo pensamos por lo musical, sino por lo sonoro. Eran los colores de la edad que teníamos, porque también nos hemos criado escuchando a Charly, Fito, Soda. No sabíamos entonces lo que era fusión. Simplemente teníamos ese instinto de cuarteto salteño, con tres guitarras y un bombo, al que le incorporamos un bajo y batería. Los primeros tres discos fueron así. Luego, con la idea de la banda, empezamos a fortalecernos. Nos hemos basado siempre, en los colores y los sonidos, más que en la cuestión armónica.
–¿Sólo en los colores y en los sonidos?
–Mientras tanto, siempre tuvimos claro cómo debía ser nuestro canto, como es el salteño... con mucha carga emotiva.
–Tres voces y algo más.
–Hacemos tres voces con una octava. Después, en el acorde compuesto y en el momento indicado, sumamos otras. Pero siempre pensábamos en el unísono para decir quienes somos. Ahí estaba el color nuestro, la identificación del cuarteto. Luego, con las voces de Jorge (Rojas) y del “Negro” Rubén (Ehizaguirre), el poder interpretativo de cada uno, los arreglos vocales sonaban sorpresivos.
–Álvaro vino con su forma de cantar más moderna que la nuestra, pero obviamente sabiendo cómo se canta en Los Nocheros. “El Negro” Rubén y Jorge dejaron marcadas formas de expresar en toda la generación cantora que viene atrás nuestro. Para estar en Los Nocheros, se necesita esa manera, y Álvaro la tiene. Pero además de lo vocal, tenía que ocupar un lugar vacío muy difícil. El reemplazante de Jorge tenía que ser alguien con quien nos sintiéramos absolutamente cómodos.
–Mientras tanto, se ha pronunciado una estética de rock en el sonido, con la guitarra eléctrica distorsionada.
–La estética musical de la banda es muy precisa, muy clara desde hace tiempo. Somos conscientes de que la banda fue lo que nos hizo diferentes. Hace unos años que empezamos a pensar en esta fusión. Show a show, vamos buscando versiones sobre las mismas canciones que siempre nos pide la gente. La canción sigue siendo la misma, en las voces sigue sonando igual, pero siempre hay un matiz nuevo que se puede advertir.
–Nosotros, junto con “la Sole”, con “el Chaqueño”, hemos tenido siempre una exposición muy grande; la tevé y la radio siempre nos ha dado bola. Entonces, es lógico que los chicos nos escuchen, nos vean. Y cuando la canción pega, todo el mundo le va por detrás. Lo digo de una manera respetuosa y sin agrandarnos: sentimos que en nuestros discos y show, las ideas que planteamos quedan como una tendencia para los chicos.
–Ellos no sólo buscan su sonido, sino, acaso, repetir la fórmula de su éxito.
–La formula de éxito no existe. Ni siquiera nosotros podemos apegarnos a una. Y siempre está primero el toque de magia que te da algún autor que te trae esa canción, ese estribillo bendito que todos estamos buscando. Siempre buscamos esa canción que nos conmueva, que nos devuelva alegría, y si nos puede dejar una frase que nos acordemos, mejor.
–Si hay una cosa que le gusta al salteño, además de cantar, es cantarle a las mujeres. Hemos aprendido de los valses y las serenatas de Los Cantores del Alba, y de todas las canciones románticas, que las cosas deben ser así. Nos prestan oído, nos dan bola, y así es muy lindo cantarle a las chicas.
–Para ustedes, entonces, la canción romántica y el folklore son el mismo mundo.
–La zamba en Salta tiene la connotación de un bolero. La poesía salteña, desde el autor que tomes, es romántica. Y nosotros nos hemos criado con esa costumbre de acercarnos a las chicas con canciones románticas, seguimos así.
–Por eso han sido cuestionados por superficiales.
–Pero nosotros estábamos abrazados con todas las chicas. Entonces, qué nos importaban la críticas que nos hablaban de ser superficiales, si nuestra canción era tan bien tomada por todos, y especialmente por las chicas.
En Cosquín, comenzó a suceder hace 24 años, y de aquella vertiginosa popularidad aún persiste una energía que los mantiene como uno de los imanes de los escenarios de las grandes reuniones.
Mario Teruel –uno de los cuatro integrantes junto a su hermano Kike, Rubén Ehizaguirre y a su hijo Álvaro (ingresó hace poco más de 10 años para reemplazar a Jorge Rojas)–, es uno de los que fue parte de aquel amanecer de sueños en alto y del fenómeno.
–Recordemos la primera vez.
–Fue en 1993. Íbamos a cantar y a guitarrear en la Confitería Real. Era nuestra base de operaciones. Había amigos como “el Toca” Pedraza que nos habían conseguido que subiéramos a cantar un tema en el domingo del cierre, como a medianoche. Con nosotros estaba “El Pala” (Enrique Aguilera). Cantamos La Cerrillana y explotó la plaza. Nos pidieron otras y ahí sí hicimos Al rojo vivo, una de las canciones nuevas que traíamos. Nos hicieron firmar un contrato para regresar en 1994 a cantar gratis. Y volvimos ya con Rojitas (Jorge Rojas).
Sin compañía
–Y ahí nomás recibieron la Consagración.–Había una discusión bárbara. Parecía que estaba entre Yamila Cafrune y Alberto Oviedo, y sus discográficas presionaban. Entonces, calculo que en un fallo tremendamente salomónico aparecieron Los Nocheros, que no teníamos compañía.
–Con ustedes funcionó ese poder mágico de Cosquín de señalar a un artista y ponerlo en la gran escena.
–Fue el trampolín: todo el mundo habló de nosotros. Desde ese día no paramos. Estábamos con Ariel Carrascosa de representante, y se unió Norberto Baccon. Los dos se peleaban para hacernos cantar, y nosotros estábamos fascinados de ir a todos lados.
–Debe haber sido muy fuerte encontrarse de pronto con esa dimensión del éxito, con multitudes en todas partes.
–Uno sueña con que te pasen todas estas cosas, pero nunca imaginábamos que con el primer disco se iba a armar tal revolución, que después se hizo más grande con el segundo, y aún más con el tercero. Cuando llegó Signos, ya estábamos hablando de una mirada hacia toda Latinoamérica con nuestras canciones. Íbamos y veníamos convertidos en megaestrellas con zambas y chacareras. El periodismo hablaba de folk–pop, folk–romántico, folklore–erótico, 10 mil rótulos.
–¿Y qué eran ustedes para ustedes mismos?
–Un cuarteto salteño que creció escuchando a Los Cantores del Alba, Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Los de Salta, los Tucu Tucu, Las Voces de Orán... y de todos teníamos un poquito, porque esa era nuestra información.
–Pero enseguida pusieron otro sonido en escena, con bajo, batería y polémica.
–Con ese asunto de ponerle la batería y el bajo, se armó. Pero nunca lo pensamos por lo musical, sino por lo sonoro. Eran los colores de la edad que teníamos, porque también nos hemos criado escuchando a Charly, Fito, Soda. No sabíamos entonces lo que era fusión. Simplemente teníamos ese instinto de cuarteto salteño, con tres guitarras y un bombo, al que le incorporamos un bajo y batería. Los primeros tres discos fueron así. Luego, con la idea de la banda, empezamos a fortalecernos. Nos hemos basado siempre, en los colores y los sonidos, más que en la cuestión armónica.
–¿Sólo en los colores y en los sonidos?
–Mientras tanto, siempre tuvimos claro cómo debía ser nuestro canto, como es el salteño... con mucha carga emotiva.
–Tres voces y algo más.
–Hacemos tres voces con una octava. Después, en el acorde compuesto y en el momento indicado, sumamos otras. Pero siempre pensábamos en el unísono para decir quienes somos. Ahí estaba el color nuestro, la identificación del cuarteto. Luego, con las voces de Jorge (Rojas) y del “Negro” Rubén (Ehizaguirre), el poder interpretativo de cada uno, los arreglos vocales sonaban sorpresivos.
–Ese color del unísono de Los Nocheros es la marca que no se puede copiar, y lo sigue siendo desde que se sumó Álvaro."Siempre tuvimos claro cómo debía ser nuestro canto, como es el salteño... con mucha carga emotiva", dice Teruel.
–Álvaro vino con su forma de cantar más moderna que la nuestra, pero obviamente sabiendo cómo se canta en Los Nocheros. “El Negro” Rubén y Jorge dejaron marcadas formas de expresar en toda la generación cantora que viene atrás nuestro. Para estar en Los Nocheros, se necesita esa manera, y Álvaro la tiene. Pero además de lo vocal, tenía que ocupar un lugar vacío muy difícil. El reemplazante de Jorge tenía que ser alguien con quien nos sintiéramos absolutamente cómodos.
–Mientras tanto, se ha pronunciado una estética de rock en el sonido, con la guitarra eléctrica distorsionada.
–La estética musical de la banda es muy precisa, muy clara desde hace tiempo. Somos conscientes de que la banda fue lo que nos hizo diferentes. Hace unos años que empezamos a pensar en esta fusión. Show a show, vamos buscando versiones sobre las mismas canciones que siempre nos pide la gente. La canción sigue siendo la misma, en las voces sigue sonando igual, pero siempre hay un matiz nuevo que se puede advertir.
Vistos y oídos
–Desde que aparecieron, no han dejado de salir grupos que tratan de parecerse a ustedes. –Nosotros, junto con “la Sole”, con “el Chaqueño”, hemos tenido siempre una exposición muy grande; la tevé y la radio siempre nos ha dado bola. Entonces, es lógico que los chicos nos escuchen, nos vean. Y cuando la canción pega, todo el mundo le va por detrás. Lo digo de una manera respetuosa y sin agrandarnos: sentimos que en nuestros discos y show, las ideas que planteamos quedan como una tendencia para los chicos.
–Ellos no sólo buscan su sonido, sino, acaso, repetir la fórmula de su éxito.
–La formula de éxito no existe. Ni siquiera nosotros podemos apegarnos a una. Y siempre está primero el toque de magia que te da algún autor que te trae esa canción, ese estribillo bendito que todos estamos buscando. Siempre buscamos esa canción que nos conmueva, que nos devuelva alegría, y si nos puede dejar una frase que nos acordemos, mejor.
–“La canción sigue siendo la misma”, decís. Es decir, siguen por ese camino compartido entre los temas románticos y el folklore más tradicional."La canción sigue siendo la misma, en las voces sigue sonando igual, pero siempre hay un matiz nuevo que se puede advertir".
–Si hay una cosa que le gusta al salteño, además de cantar, es cantarle a las mujeres. Hemos aprendido de los valses y las serenatas de Los Cantores del Alba, y de todas las canciones románticas, que las cosas deben ser así. Nos prestan oído, nos dan bola, y así es muy lindo cantarle a las chicas.
–Para ustedes, entonces, la canción romántica y el folklore son el mismo mundo.
–La zamba en Salta tiene la connotación de un bolero. La poesía salteña, desde el autor que tomes, es romántica. Y nosotros nos hemos criado con esa costumbre de acercarnos a las chicas con canciones románticas, seguimos así.
–Por eso han sido cuestionados por superficiales.
–Pero nosotros estábamos abrazados con todas las chicas. Entonces, qué nos importaban la críticas que nos hablaban de ser superficiales, si nuestra canción era tan bien tomada por todos, y especialmente por las chicas.
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