Santos Vega, payador extraordinario, llenaba la inmensa soledad
pampeana con el eco de su canto y el rasgueo de su guitarra.
Cierto día en que entonaba sus mejores canciones a la sombra
de un ombú centenario y corpulento ante paisanos de los más
lejanos pagos, llegó al galope de un hermoso caballo, un
forastero que desafió al cantor. Aceptó Santos Vega
y su voz melodiosa vibró en los aires con cielos y vidalitas.
Todos escuchaban embelesados al poeta errante de la pampa y creyeron
segura su victoria.
Sin embargo el desconocido, apretando contra su corazón la
guitarra, comenzó a cantar y su voz tuvo arpegios nunca oídos,
cálida y dulce y lleva de un diabólico ritmo.
Venció el forastero y una sombra de dolor cruzó la
faz de Santos y sus amigos. Juan Sin Ropa, el propio diablo, transfigurado,
había derrotado al payador. Desde entonces Santos Vega, al
paso cansino de su caballo, emponchado y triste, con la guitarra
abrazada a la espalda ancha y doblada, cruza la pampa en los atardeceres
melancólicos y en las noches sin luto, cuando la luna reverbera
en los pastos mullidos y en las calladas lagunas. |
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