SEMBLANZA DE
ARMANDO TEJADA GÓMEZ
Por Juan Carlos Fiorillo
Fue un 21 de
abril de 1929, cuando sobre el otoño andino pendular de nuestra América, nació
en Mendoza, en la confluencia del zanjón Frías y el canal Guaymallén de la
capital cuyana, el poeta Armando Tejada Gómez, tan señor de las uvas y las
montañas, hijo anteúltimo de 24 hermanos.
Decía: “Desciendo
de la comunidad de los Huarpes (…) pertenezco a una familia de agricultores (…)
a la civilización del riego”.
Fue canillita,
albañil, locutor de radio, legislador provincial y fundamentalmente, poeta y
escritor. En cada silencio de su tiempo cósmico supo poner la palabra en la canción de los pueblos. Palabra valiente y
musical. Heredada y vibrante.
“El caso es que una noche me despertó la luna
y descubrí la tierra
y era un país mi sangre”.
A la muerte de su
padre pasó a vivir con su tía Fidela Pavón, quien le enseñó las primeras
letras. Compra un libro, el “Martín Fierro” a los 15 años, instruyéndose por su
cuenta a partir de esa lectura. En 1958, con 29 años, es elegido diputado
provincial por la UCRI.
Viaja invitado a China y al año siguiente se afilia al
Partido Comunista.
“Los pueblos se desbordan en torrentes
y estallan las raíces, sacudidas
por la fuerza huracán del mundo nuevo
construido a partir de las cenizas”.
Radicado en
Buenos Aires en 1964, abre la peña “Folklore 67” en Talcahuano 360. Ha escrito muchas
canciones, muy buenos libros y militó permanentemente en la causa de la
liberación de Latinoamérica. Es el fundador
del “Movimiento Nuevo Cancionero”
con Manuel Oscar Matus, Tito Francia, Mercedes Sosa y Eduardo Aragón, entre
otros. En 1972 estrenó en el Teatro Colón su “Informe Cantado del Nuevo
Cancionero”.
En 1974 ganó el
premio “Casa de las Américas” con su libro “Canto Popular de las Comidas”,
dejando inédita la grabación de la “Cantata Popular de las Comidas” con música
del Cuchi Leguizamón. Supo decir alguna vez: “Mi madre, que era/ muy criolla,/
le echaba amor a la olla”.
En 1976 la
dictadura militar prohíbe la difusión de sus canciones y la publicación de sus
libros.
En 1978 ganó el
premio “Villa de Bilbao” de España, con su novela “Dios era el olvido”. En 1985
es nominado al premio Konex, en 1986 obtiene el Gran Premio Sadaic, entre otras
distinciones.
Es autor, entre
otras obras, de los libros de poesías “Pachamama”, “Tonadas de la piel”,
“Antología de Juan”, “Los compadres del horizonte”, “Ahí va Lucas Romero”,
“Tonadas para usar”, “Profeta en su tierra”, “Amanecer bajo los puentes”, “Toda
la piel de América”, “Historia de tu ausencia”, “Bajo estado de sangre”, “El
río de la legua” (novela), “Cosas de niños” y “Los telares del sol” (editado
dos años después de su muerte).
Sus letras para
el cancionero tradicional recorrieron el mundo: “Canción con todos” es un
verdadero himno latinoamericano, “Canción de las simples cosas”, un conmovedor
poema de amor, “Paloma y laurel”, un inolvidable retumbo de afectos, “Fuego en
Animaná” es de 1972, y es el lugar, en
los valles calchaquíes, donde se realizó por primera vez una quema de
neumáticos por reclamos salariales, protagonizado por Pedro Ríos, quien se
convertiría así en el primer piquetero del país. Este tema fue uno de los prohibidos por el gobierno
militar de los años 70, tal vez, por la sencillez de su letra: “Es que yo soy
ese que soy, el mismo nomás/ hombre que va buscándose en la eternidad,/ si es
por saber de donde soy:/ soy de Animaná.
Entre otras
muchas composiciones, aparecen con su firma “Resurrección de la alegría”,
“Canción de la ternura”, “El huso” y “Triunfo agrario”, todas con música de
César Isella; con Manuel Oscar Matus compuso una de sus primeras piezas
musicales: “Zamba del riego”, luego la chacarera “El viento duende” y la cueca
cuyana “La Pancha Alfaro ”;
con Ariel Ramírez “Volveré siempre a San Juan”: con el “Cuchi” Leguizamón
“Milonga de los asados”, “El viejo luchador”, “Geografía del vino”, “Ronda para
Teresa”, “Chaya de la albahaca”, “Maíz de Viracocha”, la premiada “Elogio del
viento” y la siempre recordada “Zamba del laurel” y con Tito Francia en la
música, compusieron la inolvidable “Zamba azul” y “Regreso a la tonada”, la que
dice en sus primeros versos:
“Regreso a cantar tonadas
de sol a sol por la sangre,
como cantaba la vida
en la raíz de mi padre.
Cogollo de vida nueva,
la vida es una tonada”.
Tejada
Gómez engrandeció con sus versos la
canción argentina. Fue un verdadero profeta en su tierra. Un inmenso labrador
de palabras. Un predicador de su raza,
la síntesis de un creador nato, una presencia caudalosa y un vino entusiasmado
con un lenguaje único para eternizar el mensaje. Fue el grito del pueblo. La
voz estentórea del pueblo:
“Canta conmigo, canta, latinoamericano,
libera tu esperanza con un grito en la voz”,
dice en la “Canción con todos”.
Murió en 1992, un 3 de noviembre, en Buenos
Aires.
“La muerte es el retorno a la
tierra (…)
nosotros somos seres planetarios (…)
toda nuestra materia, nace y vuelve
y retorna al universo”.
Se fue a la hora
en que los “compadres” se encuentran en el más fraternal de los convidos. Tenía
63 años. Sus cenizas descansan en su pueblo natal:
“Entonces regresó. Cundió su sombra
por un extraño hechizo de campanas.
Con las canciones rotas por la lluvia
penetró al corazón de las guitarras.
Su memoria ritual creció en la noche
postulada de estrellas y relámpagos.
Y amaneció en la muerte su silencio
trizado por el júbilo y los pájaros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario