Y
cuando golpea la noticia de la partida del último poeta de la generación más
importante de la literatura salteña, uno se queda pensando en el maestro al que
se acompañó tantas veces a encuentros y congresos por lugares tan llenos de
versos pueblerinos y vinos ansiosos de amistad. Porque toda la obra de Raúl
Aráoz Anzoátegui acopia la provincianía que lo vio nacer y realista y
romántico, ha provocado una literatura cronicada con soltura y eternidad. Había
nacido el 31 de marzo de 1923.
El escritor tuvo a su favor una razón decisiva, que la vida es
así, que la vida también es verla pasar. Y por absoluta fidelidad a esa
concepción, su poesía está admirablemente construida y escrita. La sustancia
propia de la existencia misma lo nombra, como el hervor de innumerables
palabras a las que se les suele llamar esencia.
Araóz Anzoátegui descubrió el concepto universal del
amor junto a Renée, su querida esposa de tantos años entre actos y proyectos
culturales que caminaron en absoluta compañía. Fue el espacio del tiempo donde
está la realidad y el ensueño. El festival latinoamericano de folklore no los
olvida porque fueron ellos el germen fundador.
En la ausencia transparente de la madre, dice: “Quizás no te pienso/ entre las sombras/ sino
más bien a la piedad delirante del sol,/ de tus años más fuertes que los seres/
que aún perviven y nos aman”…
Un fragmento de su poema “Este canto de amor” fue
musicalizado por su sobrino Robustiano Figueroa Reyes y grabada por su famoso
hermano Hernán, también la interpretaron Los Nocheros de Anta y Los de Salta: “Como siempre el otoño nos iba penetrando/ y
la tarde caía desde sus grandes ráfagas/ y era la tierra entonces una aldea
olorosa/ pero atrás han quedado las torres provincianas/ y el valle del aroma”.
El Negro Aràoz se anunciaba encendido de palabras “Todo pasaba por mí/ dócil al brillo del
día, y en la mudanza del agua/ tus ojos vi que se iban”… y entre los
espíritus iluminados de su alto destino, fue descubriendo “sin saber en qué soplo de eternidad vivimos”.
Y ha consolidado una fuente cristalina de amor, paz y
silencio cuando dice “Porque de cada
instante contigo, sólo me llevo lo que dejas, todavía largamente acariciado”.
Y hay felicidad en cada palabra prometida… “Ese verte de lejos/ no era amor, todavía:
era sólo/ el cristal donde al mirarnos/ veíamos los sueños”.
Es autor, entre otros, de los libros “Tierras altas” en 1945,
“Rodeados vamos de rocío” en 1963, “Pasar la vida” en 1966, “Poemas hasta aquí”
1967 y “Tres ensayos de la realidad” en 1971 y de algunos cuentos fantásticos.
Y ha pintado lejanías como cuando saborea el amor y canta con belleza el júbilo necesitado de la pasión.
Meditado sueño el del
poeta desde la cautela de su contemplación, y cuando es universal la magia de
la palabra altiva y desbordante, el poeta recupera el amor y canta consagrado para siempre a la faena de la creación.
Murió el lunes 24 de octubre en Salta, a los 88 años.
Descansa en paz, “Negro” Aráoz. Adiós maestro.
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