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Revista "Madre Tierra"

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La Copla SEGÚN Jaime Dávalos





Es cópula de poesía y música, mágica unión de música y poesía. La copla pide canto. Está hecha a medida de la boca y es flor de la sangre. De cinco, de seis o de ocho sílabas, siempre exige canto, así es como vive en la boca del pueblo que es quien la trae rodando desde las canteras de la raza hasta nuestro oído, donde redonda y prieta de forma y sentido, entrega su mensaje, su canto rodado, su perfección elaborada a través del tiempo.
Paloma del entendimiento,
busco en las bocas mi nido;
rodando pueblo he venido.
Ninguna como la octasílaba para el oído del pueblo que, naturalmente, habla octasilabando cuando deja que la sangre aflore sola en la palabra y se da todo diciendo lo que le “viene en gana”. Luz de la gana nuestra, la copla octasilábica es el fruto que más paladar da al corazón, su gracia fácil nos agarra de la oreja. Zambas, gatos, vidalas, estilos, vidalitas y tonadas; cuecas y chacareras: bagualas arribeñas y abajeñas, cantares de “todas layas”, lucen la decidora soltura del octasílabo y así queda consagrada su calidad liberal de monedita sonora.
A la rueda, cantorcitos,
vayan largando las coplas:
abriendo el corral, veremos
quien puede enterar la tropa.
Las hay tristes y alegres, para todas las circunstancias que el hombre quiere expresar: formulan en sus cuatro versos, cuánta pasión del ánimo lo alegra, contrita o escuece al humano y algunas calan hondo en la pena, son la voz de un alma que reflexiona y lamenta siglos de sombra y olvido.
Gracias a Dios que ya tengo
camisa con que taparme;
una, que me han prometido,
y otra, que han queda'o en darme.
Oigamos en las coplas la voz del pueblo, porque de él vienen y a él retornan. Porque es el pueblo analfabeto, pero culto de añejo saber tradicional, quien vela con su sangre la maravilla de esos cuatro versos, transmitiéndonos a través de siglos su mensaje.
Si hay tras de la muerte amor,
después de muerto he de amarte,
y aunque esté en polvo disuelto
seré polvo y fino amante.
Oigamos en las coplas al prójimo antiguo que somos, al morador angustiadode nuestros huesos: y nos parecerá estar poniendo el oído en la tierra y sorprender la vigencia eterna del tiempo vivo que nos penetra y nos substancia. Alguien que no fuí yo, me dió en su palabra este silencio expresado que ahora, cuando la guitarra o tundo la caja, me llega esfuerzo a la boca y me colma de antepasados. El ausente de antes me visita en la copla, está en mí, conmigo, recreando para este instante, en que lo asumo, un gusto a corazón universal.
Canten, canten, compañeros,
¿de qué me están recelando?
Yo soy sólo una apariencia,
sombra que anda caminando.
Mi padre está en mi boca cuando digo su copla, y está mi abuelo en ella besándome por dentro, y todo lo que fui, me asiste, por el solo hecho de decir estas palabras, ajustadas a un ritmo que es presencia sonora de aquella vieja sangre que no ha muerto nunca, y que me usa la boca para decir y nombrar y ser nombrado, y crear nombrando el mundo.
Yo soy ese cantorcito.
Yo soy el que siempre 'i sido
no me hago ni me des'hago
y en este ser nomas vivo.
Cuando se siente así la vigencia de una tradición, es porque ya la tierra nos a prohijado de nuevo, porque volvemos a su color lentamente y cada día atardecemos un ocre más hacia su perfección, el polvo.
La copla al fin, une ciclos de vida, generaciones. Es cópula de carne y sueños, de sangre y tiempo, de poesía y música.

Fuente: Revista Folklore Nº 2, Agosto 1961

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