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Revista "Madre Tierra"

miércoles, 2 de noviembre de 2011

SEMBLANZA DE RAÚL ARÁOZ ANZOÁTEGUI






Y cuando golpea la noticia de la partida del último poeta de la generación más importante de la literatura salteña, uno se queda pensando en el maestro al que se acompañó tantas veces a encuentros y congresos por lugares tan llenos de versos pueblerinos y vinos ansiosos de amistad. Porque toda la obra de Raúl Aráoz Anzoátegui acopia la provincianía que lo vio nacer y realista y romántico, ha provocado una literatura cronicada con soltura y eternidad. Había nacido el 31 de marzo de 1923.
El escritor tuvo a su favor una razón decisiva, que la vida es así, que la vida también es verla pasar. Y por absoluta fidelidad a esa concepción, su poesía está admirablemente construida y escrita. La sustancia propia de la existencia misma lo nombra, como el hervor de innumerables palabras a las que se les suele llamar esencia.
Araóz Anzoátegui descubrió el concepto universal del amor junto a Renée, su querida esposa de tantos años entre actos y proyectos culturales que caminaron en absoluta compañía. Fue el espacio del tiempo donde está la realidad y el ensueño. El festival latinoamericano de folklore no los olvida porque fueron ellos el germen fundador.
En la ausencia transparente de la madre, dice: “Quizás no te pienso/ entre las sombras/ sino más bien a la piedad delirante del sol,/ de tus años más fuertes que los seres/ que aún perviven y nos aman”…
Un fragmento de su poema “Este canto de amor” fue musicalizado por su sobrino Robustiano Figueroa Reyes y grabada por su famoso hermano Hernán, también la interpretaron Los Nocheros de Anta y Los de Salta: “Como siempre el otoño nos iba penetrando/ y la tarde caía desde sus grandes ráfagas/ y era la tierra entonces una aldea olorosa/ pero atrás han quedado las torres provincianas/ y el valle del aroma”.
El Negro Aràoz se anunciaba encendido de palabras “Todo pasaba por mí/ dócil al brillo del día, y en la mudanza del agua/ tus ojos vi que se iban”… y entre los espíritus iluminados de su alto destino, fue descubriendo “sin saber en qué soplo de eternidad vivimos”.
Y ha consolidado una fuente cristalina de amor, paz y silencio cuando dice “Porque de cada instante contigo, sólo me llevo lo que dejas, todavía largamente acariciado”.
Y hay felicidad en cada palabra prometida… “Ese verte de lejos/ no era amor, todavía: era sólo/ el cristal donde al mirarnos/  veíamos los sueños”.
Es autor, entre otros, de los libros “Tierras altas” en 1945, “Rodeados vamos de rocío” en 1963, “Pasar la vida” en 1966, “Poemas hasta aquí” 1967 y “Tres ensayos de la realidad” en 1971 y de algunos cuentos fantásticos. Y ha pintado lejanías como cuando saborea el amor y canta con belleza el júbilo necesitado de la pasión.
Meditado sueño el del poeta desde la cautela de su contemplación, y cuando es universal la magia de la palabra altiva y desbordante, el poeta recupera el amor y canta consagrado para siempre a la faena de la creación.
Murió el lunes 24 de octubre en Salta, a los 88 años.

Descansa en paz, “Negro” Aráoz. Adiós maestro.

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